ROSARIO
CASTELLANOS: LA VOZ DE
LOS TIEMPOS EN LA NOVELA
“BALÚN CANÁN”
Françoise Roy
“Y entonces, coléricos, nos
desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el
arca de la memoria”.
Así empieza la impactante novela de
Rosario Castellanos, Balún Canán, el nombre que según la tradición
dieron los antiguos pobladores mayas al lugar donde se encuentra hoy en día
Comitán, Chiapas.
Como lectora, yo tiendo a dividir -
muy subjetivamente por supuesto - las obras de ficción, especialmente las
novelas, en obras para lectores de poesía y obras para lectores de narrativa.
En Balún Canán encontré una novela
para poetas. Más allá de su giro costumbrista, de su clara pertenencia al
género indigenista, más allá de la aguda crítica social que encierra sus
páginas, Balún Canán retrata un mundo
en el que lo poético recorre lugares y personajes como una veta. Me pareció
como un gran telar sobre el que se agachan las mujeres chiapanecas, donde un
hilo de un color distinto recorre la tela de fondo. Ese hilo es la visión
poética de la autora, que sirve aquí para retratar un mundo en la cuerda floja:
el de una familia de hacendados en Comitán, Chiapas, durante el mandato del
presidente Lázaro Cárdenas, donde interviene inevitablemente la relación entre
rico e indígena, amo y siervo, privilegiado y despojado.
La técnica narrativa de Rosario
Castellanos hace uso de una multiplicidad de voces que expresan cada una su
punto de vista sobre los acontecimientos históricos y el drama familiar que le
toca vivir. El narración va alternando entre el narrador, que habla en tercera
persona, y la pequeña hija del hacendado, que habla en primera persona. En la mirada de la hija del hacendado, de un
ahijado que por ser hijo ilegítimo ha sido excluido de los círculos de poder
sobre el que se articula la familia del amo, de la esposa que vive el drama
como sometida y dueña a la vez, el lector es llevado a una huida forzada donde
se hace y de deshace la historia.
Balún Canán es el espejo de una
sociedad marcada por la pérdida. Ahí intervienen todas las formas posibles de
pérdida: la del amor, de la vejez, de la pobreza, de la muerte. Con una fuerza
lírica y un dramatismo que son característicos de toda su obra, la autora va
tejiendo el choque entre dos mundos, que por las circunstancias históricas
resultaron irreconciliables. Todos los acontecimientos narrados están en manos
de dos actores: el blanco que funda su poder económico sobre la convicción de
su superioridad cultural y el indio que
no tiene nada sino una tradición mítica milenaria donde se mezcla la brujería,
los mitos de ontogénesis y una obediencia que bajo la influencia de la reforma
agraria se está empezando a romper, amenazado así el frágil equilibrio sobre el
que han reposado las relaciones sociales del México profundo. Un drama que se
va urdiendo paso a paso desde la
Conquista.
En la novela de Rosario Castellanos,
el indígena casi no tiene voz. La única representante de la comunidad tzeltal donde se desarrolla la trama es
la nana de la niña, cuyas palabras nos llegan a través del recuerdo de su
protegida. Sin embargo, a través de esa falta de voz se oye un grito. Su ve un
peonaje dispuesto a aprender a leer. Se presiente una rabia silente que es uno
de los temas más desarrollados de la historia hasta su desenlace: desenlace
trágico para casi todos los actores que con sus máscaras nos muestran una
faceta de la vida rural en una hacienda situada cerca de la frontera
guatemalteca. Y aunque el indio no participa en los numerosos diálogos y
monólogos que puntúan la novela, su voz se vuelve de pronto ensordecedora. El
lector oye lo que respondería a los prejuicios del blanco. El lector entiende
que si no habla, no es por falta de voz, sino porque tiene demasiada, porque en
algún lugar de su alma está acopiando la ira de sus ancestros.
La pluma de Rosario Castellanos es
una de las más incisivas de la literatura mexicana de este siglo. No deja a
nadie incólume. La fuerza de la narración reside justamente en retratar con ojo
de águila la gran complejidad de las relaciones humanas, más allá de los
arquetipos: la sumisión de las mujeres que de pronto se vuelve una fuerza
sorda, el drama del opresor que por circunstancias ineludibles se vuelve
oprimido y es atacado en lo que más defiende, la dualidad que enfrenta el
indígena cuando se ve forzado a elegir entre asimilación y resistencia. No hay
aquí personajes simples, con una misión unilateral: pocos autores mexicanos han
descrito con tanta agudeza la dualidad del destino humano: el pobre que quiere
ser rico pero odia a los que lo han excluido del banquete; la mujer sin dote
que debe obediencia al marido pero tendrá la libertad de descargar su
frustración sobre el que no comparte su posición social, la niña que ama a una
nana indígena que ella sabe inalcanzable, más allá del amor, porque el lugar
que le tocó a uno en la vida aparece como inalterable; el blanco que a pesar de
su poderío está a merced de los brujos tzeltales que tienen el poder de
arrebatarle lo que la historia le dio a manos llenas, es decir la fuerza del
linaje, la integridad física que sus propiedades que de pronto se ve amenazada
por un incendio provocado. Ningún personaje de la novela aparece más que en su
inmensa fragilidad. Uno la enfrentará desde el poder; otro con la fuerza de sus
tradiciones.
Los críticos literarios de la época
no dejaron de resaltar el giro altamente autobiográfico de la novela “Balún
Canán”. La muerte prematura del hermano de la autora, la culpa del
sobreviviente que para pronto tiene la desdicha de ser mujer y por lo tanto no
es candidato a herencia ni a perpetuar el apellido que tanto pesa en la
jerarquía social del hacendado.
Si uno de los propósitos de la
novela como género literario es ahondar en los sentimientos que impulsan a los
personajes, Rosario Castellanos nos ofrece aquí un abanicos del sentir humano
de donde escoger: el deseo, la envidia, la soberbia, el rencor, la impotencia
frente a la muerte y la enfermedad, la resignación, el esperanza, la amargura,
la gratitud, el miedo, los celos, la intolerancia, la incomprensión, el
despecho, la culpa. Todo aquí es como un actor secundario que pide salir a la
luz dentro de los seis personajes que son el eje de la narración: el hacendado
Don César Argüello, su esposa Zoraida, su sobrino Ernesto, sus dos hijos que
son todavía niños, la prima Matilde - una solterona enloquecida - y un indígena sublevado, Felipe, que
catalizará todo el drama que les tocará vivir. La suprema metáfora de la novela
es sin lugar a dudas el dzulum, una
bestia mitológica que hechiza a las mujeres y se las lleva al monte para
apropiarse de su almas. El saber que uno honra se vuelve, en boca del otro, una
vil superstición de gente ignorante, cuyo oscuro poder aparece como el único
ganador en la intrincada trama de Balún Canán.
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