martes, 18 de noviembre de 2014

Apuntes sobre la novela "Balún Canán" de Rosario Castellanos



ROSARIO CASTELLANOS: LA VOZ DE LOS TIEMPOS EN LA NOVELA “BALÚN CANÁN”

Françoise Roy

            “Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria”.
            Así empieza la impactante novela de Rosario Castellanos, Balún Canán, el nombre que según la tradición dieron los antiguos pobladores mayas al lugar donde se encuentra hoy en día Comitán, Chiapas.
            Como lectora, yo tiendo a dividir - muy subjetivamente por supuesto - las obras de ficción, especialmente las novelas, en obras para lectores de poesía y obras para lectores de narrativa. En Balún Canán encontré una novela para poetas. Más allá de su giro costumbrista, de su clara pertenencia al género indigenista, más allá de la aguda crítica social que encierra sus páginas, Balún Canán retrata un mundo en el que lo poético recorre lugares y personajes como una veta. Me pareció como un gran telar sobre el que se agachan las mujeres chiapanecas, donde un hilo de un color distinto recorre la tela de fondo. Ese hilo es la visión poética de la autora, que sirve aquí para retratar un mundo en la cuerda floja: el de una familia de hacendados en Comitán, Chiapas, durante el mandato del presidente Lázaro Cárdenas, donde interviene inevitablemente la relación entre rico e indígena, amo y siervo, privilegiado y despojado.
            La técnica narrativa de Rosario Castellanos hace uso de una multiplicidad de voces que expresan cada una su punto de vista sobre los acontecimientos históricos y el drama familiar que le toca vivir. El narración va alternando entre el narrador, que habla en tercera persona, y la pequeña hija del hacendado, que habla en primera persona.  En la mirada de la hija del hacendado, de un ahijado que por ser hijo ilegítimo ha sido excluido de los círculos de poder sobre el que se articula la familia del amo, de la esposa que vive el drama como sometida y dueña a la vez, el lector es llevado a una huida forzada donde se hace y de deshace la historia.
            Balún Canán es el espejo de una sociedad marcada por la pérdida. Ahí intervienen todas las formas posibles de pérdida: la del amor, de la vejez, de la pobreza, de la muerte. Con una fuerza lírica y un dramatismo que son característicos de toda su obra, la autora va tejiendo el choque entre dos mundos, que por las circunstancias históricas resultaron irreconciliables. Todos los acontecimientos narrados están en manos de dos actores: el blanco que funda su poder económico sobre la convicción de su superioridad cultural  y el indio que no tiene nada sino una tradición mítica milenaria donde se mezcla la brujería, los mitos de ontogénesis y una obediencia que bajo la influencia de la reforma agraria se está empezando a romper, amenazado así el frágil equilibrio sobre el que han reposado las relaciones sociales del México profundo. Un drama que se va urdiendo paso a paso desde la Conquista.
            En la novela de Rosario Castellanos, el indígena casi no tiene voz. La única representante de la comunidad tzeltal donde se desarrolla la trama es la nana de la niña, cuyas palabras nos llegan a través del recuerdo de su protegida. Sin embargo, a través de esa falta de voz se oye un grito. Su ve un peonaje dispuesto a aprender a leer. Se presiente una rabia silente que es uno de los temas más desarrollados de la historia hasta su desenlace: desenlace trágico para casi todos los actores que con sus máscaras nos muestran una faceta de la vida rural en una hacienda situada cerca de la frontera guatemalteca. Y aunque el indio no participa en los numerosos diálogos y monólogos que puntúan la novela, su voz se vuelve de pronto ensordecedora. El lector oye lo que respondería a los prejuicios del blanco. El lector entiende que si no habla, no es por falta de voz, sino porque tiene demasiada, porque en algún lugar de su alma está acopiando la ira de sus ancestros.
            La pluma de Rosario Castellanos es una de las más incisivas de la literatura mexicana de este siglo. No deja a nadie incólume. La fuerza de la narración reside justamente en retratar con ojo de águila la gran complejidad de las relaciones humanas, más allá de los arquetipos: la sumisión de las mujeres que de pronto se vuelve una fuerza sorda, el drama del opresor que por circunstancias ineludibles se vuelve oprimido y es atacado en lo que más defiende, la dualidad que enfrenta el indígena cuando se ve forzado a elegir entre asimilación y resistencia. No hay aquí personajes simples, con una misión unilateral: pocos autores mexicanos han descrito con tanta agudeza la dualidad del destino humano: el pobre que quiere ser rico pero odia a los que lo han excluido del banquete; la mujer sin dote que debe obediencia al marido pero tendrá la libertad de descargar su frustración sobre el que no comparte su posición social, la niña que ama a una nana indígena que ella sabe inalcanzable, más allá del amor, porque el lugar que le tocó a uno en la vida aparece como inalterable; el blanco que a pesar de su poderío está a merced de los brujos tzeltales que tienen el poder de arrebatarle lo que la historia le dio a manos llenas, es decir la fuerza del linaje, la integridad física que sus propiedades que de pronto se ve amenazada por un incendio provocado. Ningún personaje de la novela aparece más que en su inmensa fragilidad. Uno la enfrentará desde el poder; otro con la fuerza de sus tradiciones.    
            Los críticos literarios de la época no dejaron de resaltar el giro altamente autobiográfico de la novela “Balún Canán”. La muerte prematura del hermano de la autora, la culpa del sobreviviente que para pronto tiene la desdicha de ser mujer y por lo tanto no es candidato a herencia ni a perpetuar el apellido que tanto pesa en la jerarquía social del hacendado.
            Si uno de los propósitos de la novela como género literario es ahondar en los sentimientos que impulsan a los personajes, Rosario Castellanos nos ofrece aquí un abanicos del sentir humano de donde escoger: el deseo, la envidia, la soberbia, el rencor, la impotencia frente a la muerte y la enfermedad, la resignación, el esperanza, la amargura, la gratitud, el miedo, los celos, la intolerancia, la incomprensión, el despecho, la culpa. Todo aquí es como un actor secundario que pide salir a la luz dentro de los seis personajes que son el eje de la narración: el hacendado Don César Argüello, su esposa Zoraida, su sobrino Ernesto, sus dos hijos que son todavía niños, la prima Matilde - una solterona enloquecida -  y un indígena sublevado, Felipe, que catalizará todo el drama que les tocará vivir. La suprema metáfora de la novela es sin lugar a dudas el dzulum, una bestia mitológica que hechiza a las mujeres y se las lleva al monte para apropiarse de su almas. El saber que uno honra se vuelve, en boca del otro, una vil superstición de gente ignorante, cuyo oscuro poder aparece como el único ganador en la intrincada trama de Balún Canán.              

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