Silva para unos quintillizos muertos
a Alejandra Negrete,
Rubén Espinosa, Nadia Vera,
Mile Virginia Martín y
Yesenia Quiroz, asesinados
el 31 de julio 2015 en la Ciudad de México
in memoriam
Azul sangre y rojo cielo a 19 grados arriba del
Ecuador. Un departamento, antes y después del azul, 5 sangres, Yesenia, Rubén, Nadia,
Mile Virginia y Alejandra. Nudo gordiano atado en sus gargantas, the nooze, nudo nada náutico (el cuerpo
nao sin quilla) sino el de la asfixia, no, mejor, más eficiente, es la carnicería,
la yugular abierta como un pan entre dos manos, el tiro de gracia (la carne
relámpago se abre pero, no se cierra). Alabado sea el blando resorte del
gatillo, pero antes, eso sí, Alejandra trapeaba pisos y tendía camas para gente
viva; Mile Virginia modelaba; Rubén tomaba fotos; Yesenia pintaba párpados; y
Nadia —hoy a la vera de Cristo— blandía la vera cruz de la lengua. De ahora en
adelante, Alejandra ha de sacudir los muebles del Paraíso; Rubén de retratar a
los querubines (qué majos son los ángeles); Yesenia de retocar los bucles de
Santa Úrsula, ponerle rubor en las mejillas, espolvorear de rojo la cara de la Virgen de Guadalupe (rojo
rubí que no sangre, para que Ella, tan celestial, esboce una sonrisa hacia los
verdugos de la calle Luz Saviñón 1909, porque seguirán acomodando sus posaderas
en las sillas mágicas del Congreso que son remedos de cajeros automáticos); y Mile
Virginia habrá de practicar el zapateado en la pasarela flotante a los lados de
la cual están formados los Seres de luz, muy arriba de las nubes. Ay ustedes
cinco que se asomaron a la mirilla, ¿escucharon acaso la mano velluda descorrer
el pestillo? ¿Quién fue primero? (Rubén es la cereza sobre el pastel del Estado,
guardemos a Rubén para el final) ¿Qué vecino oyó lloroso los lloros llamando a
los santos, qué sordo escuchó el laúd de la voz tocando las notas del santoral con
sus cuerdas de henequén? ¿Qué dirán los medios de aquella catástrofe?: fue un
ladrón, un malabarista, un malviviente, y se llevó los diamantes de veinte quilates
de Alejandra // se llevó la cámara de colección de Rubén para tomar fotos de
gente honorable // se llevó las plumas delineadoras de cejas Mont Blanc de Yesenia
// se llevó la libreta de apuntes incunable de Nadia que pertenece a un museo
de alta seguridad // se llevó los zapatos de cristal y el traje de crinolina
con botones de esmeraldas de Mile Viginia, la colombiana. ¿Quién te oye gritar,
Yesenia-Mile-Vera-Rubén-Alejandra, quién entre la gente mucha que no se digna
en abrir la boca? No hay para donde correr aquí, concierto para piélago y conquista,
exilio interior a la mexicana. La escoba de Alejandra, hoy, vuela lejos de los
brujos patrios; el obturador de Rubén corta de tajo el aire jarocho; la pluma
de Nadia escribe Yo soy el muerto 132,
132 solamente hoy del Río Bravo al Usumacinta, Ya me cansé (el armisticio lo firmarán en 1909 años cuando se hayan
roto todos los relojes de arena); los
pinceles de maquillaje de Yesenia pintan un cuadro donde no figuran los anatomistas
de Rembrandt,
sólo el cadáver; y los
vestidos de Mile Virginia ondean ligeros a media asta. En tu ataúd de cristal,
Yesenia-Mile-Vera-Rubén-Alejandra, ¿verás desfilar de menos el cielo de
Tenochtitlán? Ése es un cuento de hadas al revés: el beso del príncipe mata, la
reina perversa sube al trono con todo y huso envenenado. El rostro de Rubén tasajeado,
mascarón de proa rumbo a la tempestad, uno de cinco rostros siguiendo como
girasoles la luz de las alturas porque aquí abajo luz no hay, México un cuartoscuro,
México un proceso sin juicio.
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