martes, 9 de septiembre de 2014

Poesía de Quebec



LA POESIA QUEBEQUENSE, UNA POESIA DE LA IDENTIDAD

            Es imposible hablar de literatura quebequense sin antes abordar el asunto de la cultura que le sirvió de crisol. En pocos lugares del mundo la lengua ha sido un vehículo de identidad tan importante como lo ha sido en Quebec. Ello se debe a la muy peculiar situación histórica que vivió el pueblo quebequense desde la llegada de los franceses a Norteamérica en el siglo 16. Asimismo, podríamos hablar de una literatura que se gestó en un ambiente de contingencia, un entorno cultural y lingüístico muy hostil a la expresión de una identidad propia.
            Cabe esbozar, pues, un retrato a grandes rasgos de lo que fue ese aislamiento cultural. El sentimiento marcado de alteridad que engendró culminó en el movimiento nacionalista quebequense del siglo veinte, cuyas raíces lejanas se remontan a las primeras épocas de la Conquista. Si no entendemos en nuestra reseña histórica que el fait français en América del Norte se da bajo el signo de la sobrevivencia, no tendremos sino una visión parcial de la trayectoria de la literatura que le sirve de aliciente.
            Para entender lo que significa ser un enclave cultural, cabe recordar que la Nueva Francia (hoy la provincia de Quebec) pasó a manos de la Corona Británica en 1769. Por el viento de insurrección que soplaba en aquel entonces en el país vecino de Nueva Inglaterra, los ingleses decidieron seguir una política lingüística y religiosa de no asimilación, para no azuzar los posibles ardores "nacionalistas" de sus conquistados de habla francesa. Así fue que hasta los años 1940, la sociedad quebequense se desarrolló bajo el lema de "Dios (entiéndase ‘catolicismo’), familia, patria", y esos tres grandes ejes moldearon profundamente su cultura.
            Los dos siglos posteriores a la guerra que perdió Francia frente a Inglaterra vieron desarrollarse (o, más bien, sobrevivir) una sociedad mayoritariamente rural, cuyos valores muy conservadores prevalecieron hasta mediados del siglo veinte. El dominio de la Iglesia en una nación asediada por el peso de la cultura anglosajona no favoreció el auge de las Letras en Quebec. Sin embargo, unos cambios importantes se iban gestando, cambios que culminaron en un viento de libertad destinado a transformar profundamente el arte contemporáneo en la sociedad quebequense.
            Afín al personaje de Arthur Rimbaud por su precocidad, surge a principios del siglo viente un poeta mayor, Émile Nelligan, cuya obra genial fue segada por décadas de encierro por causa de "locura". En la época de Nelligan, apenas se estaba formando una conciencia más articulada de lo que significaba vivir y escribir en francés en Norteamérica. No fue hasta 1948 cuando un grupo de jóvenes artistas firmaron el manifiesto llamado Refus Global ("Rechazo Global") que establecía las bases de un claro nacionalismo francófono y subrayaba la importancia de una libertad artística basada en la alteridad cultural. En la década de los 60 sobreviene la llamada Revolución Tranquila, un movimiento político y social que marcó el giro definitivo de Quebec hacia una sociedad urbana, educada, laica y pluralista.
            Por carecer de una larga tradición literaria, y por su condición sociolinguística minoritaria, la literatura contemporánea de Quebec ha sido ora experimental, ora rebelde, mecanismo y manifestación de sobrevivencia cultural. Desde las raíces francesas clásicas, aparece a veces como una construcción sintácticamente muy novedosa. Los versos de sus poetas se gestaron en un clima adverso y una geografía de la vastedad: son a menudo habitados por la nieve, por el invierno interminable de aquellas latitudes, por los bosques, los ríos, la lluvia y, de menos hasta mediados del siglo 20, los ritos religiosos de una sociedad rural. 
            Podemos hablar de Émile Nelligan como del precursor de la poesía moderna en Quebec. Nelligan, nacido en Montreal en 1879 y muerto en 1941, le dio a la poesía quebequense una proyección y una manera de ser  hasta entonces casi desconocidas. Los poetas malditos del siglo 19 —en particular Beaudelaire que éste reconoce como su maestro, jugaron un papel fundamental en la formación literaria de Nelligan. El poeta, hoy reconocido como patrón de los poetas en Quebec, asimiló tendencias parnasianas y simbolistas, pero por la intensidad lírica de sus versos y la tragedia personal de su ser desgarrado por la melancolía (que lo llevará incidentemente a décadas de encierro en un manicomio), logrará producir una obra que rebasa por mucho sus orígenes. Como lo expresa acertadamente el crítico Antonio Urrello, "la fugaz evasión hacia un mundo de ensueño es una de sus más cercanas posibilidades y también uno de los motivos que estructuran poéticamente a su obra. [ ...] Su cultivo de la forma, su tendencia a la imagen simbolista y su ilimitada tendencia hacia el sentimiento profundo y el ensueño breve y tierno van a convertirse en coordenadas imperantes en su poesía".
            Nelligan abrió, aunque su obra careciera de referencias locales o históricas propia de su solar natal, la puerta de par en par, para que se gestara, posteriormente, la obra de otros cuatro poetas fundadores de las letras quebequenses. Esos mismos esbozarán un quehacer literario nuevo, en un idioma que hablan apenas siete de los doscientos sesenta millones de personas que viven en América del Norte. Se trata de Hector Saint-Denys Garneau, Alain Grandbois, Anne Hébert y Rina Lasnier.
            Si la obra de Nelligan tiene matices marcadamente personales, si expresa su doloroso mal de l'âme —que yo traduciría por "dolor existencial"—, la de Saint-Denys Garneau (1912-1943) es la primera que asume una postura colectiva. Ese giro de lo íntimo o confesional a lo universal (que en mi opinión la crítica literaria ha deslindado de más como dos ejes antagónicos) se da pese a que el tema de la soledad sea recurrente en la poesía de Saint-Denys Garneau. Hay una clara añoranza, un "estar solo y despojado" en el que el poeta no puede alcanzar la plenitud del ser. Esa imposibilidad es patente en varios de sus poemas, entre los que destaca el siguiente:

MI CORAZON ESTA PIEDRA

Mi corazón esta piedra que pesa sobre mí
Mi corazón petrificado por esta tregua estéril
Y la mirada volcada hacia el fuego de la ciudad
Y el afán tardío de extinguidas penas
Y los clamores desatados hacia países imposibles

Ponte tu abrigo peregrino sin esperanza
Pon tu abrigo contra tus huesos
Dobla tus desordenados brazos de abandonadas felicidades
Lleva el abrigo de tu pobreza
Contra tus huesos
Y por centro el racismo seco de tu corazón
Deja ya que otro suavice la piel
                        (Versión de Antonio Urrello)

            Saint-Denys Garneau abrió una brecha inaudita entre tradición y renovación en las Letras quebequenses, que no fue reconocida en pleno sino póstumamente. Murió joven, ignorado o menospreciado por la crítia de su época. Una prueba más de la arbitrariedad de los prestigios que se dan a veces en el mundo del arte, y de que el tiempo es un sabio que miente menos que el presente. Otra contribución de Saint-Denys Garneau fue indirecta, pero catalizadora: el alentar a su prima, Anne Hébert, a ahondar en la creación literaria, con el sorprendente e ilustre resultado que conocen todos los quebequenses.
            Anne Hébert es una escritora total: fue varias veces galardonada a escala nacional e internacional por su quehacer novelístico, ensayístico, cuentístico y poético, sin olvidar que brindó importantes contribuciones a la dramaturgia.
            Contemporáneo de Anne Hébert, Alain Grandbois (1900-1975) traza una senda de capital importancia en las Letras modernas de la provincia de Quebec. El crítico Guy Robert dijo que "con Grandbois y Anne Hébert, la poesía de Quebec se libera de sus inhibiciones esterilizantes, de sus complejos tradicionales, [y] el poeta eleva la voz hasta llegar hasta la profecía. El espacio, después de haber sido decoración y ambiente, se convierte en proyecto; el tiempo, después de haber sido conjugado en pasado y presente, se hace futuro [...]; al lado de los "maestros franceses", habrá ya maestros de Quebec. "
            Dicha aseveración, huelga decirlo, no sólo es muy acertada, sino que da fe que los cambios que se iban gestando para que se creara una institución llamada literatura quebequense. La formación de pensadores "criollos" (aunque el término se refiera específicamente a Latinoamérica) ha sido de suma importancia en el surgimiento de un "nosotros" quebequense. Cabe recordar, para ello, que después de la Conquista del territorio por los ingleses que colonizaron paulatina y firmemente el resto del país, el peso económico, cultural y lingüístico del conquistador fue erradicando poco a poco el uso del francés fuera de la provincia de Quebec (a excepción de pequeños enclaves de habla francesa en las provincias aledañas de Ontario y Nuevo Brunswick, así como de la más lejana provincia de Manitoba, de donde surgirá una importante escritora de habla francesa, Gabrielle Roy).
            El cordón umbilical con la madre patria, Francia, fue cortado violentamente cuando la corona francesa perdió la guerra contra los ingleses en el marco de los conflictos europeos que recibieron el elegante nombre de “Guerra de siete años”. Aquí no hubo movimiento de "liberación", sino un pueblo de conquistadores conquistados, situación única en su género. Con la derrota que se signó en 1769, el flujo de inmigración de Francia a Quebec (principalmente de las regiones de Bretaña y Normandia, al noroeste de Francia, cuyas raíces son celtas más que latinas) se detuvo casi por completo. De ahí la gran cantidad de arcaísmos que surcan la lengua, aun actual, del Quebec. De ahí su acento cantado, sus sonidos nasales, sus diptongos peculiares y su pronunciación abierta de las vocales, únicos en la fonética del francés moderno.
            La lejanía de la patria de origen fue a la vez bendición y maldición para las Letras del Quebec. Forzó el obligado surgimiento de una voz propia. Develó una veta patriótica sustentada por una lengua que estaba siempre —aunque fuese sutilmente— amenazada de desaparición frente a la masiva infiltración del inglés como lengua vernácula. A esa asimilación latente, hay que añadir la concentración de la riqueza del país del lado angloparlante, hoy en día ampliamente superada. Es a la relativa debilidad de los nexos que unían el francés norteamericano con el europeo que debemos la originalidad de la literatura francocanadiense.
            Para regresar a Grandbois, basta decir que este bardo cantó infatigablemente los aspectos variopintos de su tierra natal, aunque fue un verdadero ciudadano del mundo, un peregrino que recorrió Europa y Asia y vivió momentos de extrema efervescencia histórica en distintos puntos del mapamundi. El amor y la muerte aparecen en su obra como polos antagónicos. La necesidad de recordar y de olvidar se plantean asimismo como extremos del péndulo sobre el que articulará su poesía. Cabe señalar asimismo el elemento profético que abarca toda la obra de Alain Grandbois, manifiesto en el siguiente poema:

EL SILENCIO

Tierra de estrellas humilladas
¡Oh tierra! ¡Oh tierra!
Tu rostro mata el corazón
con sus paisajes derrotados

Pero basta quizás
¡Oh tierra!
De hollar suavemente tu rostro
Con dedos de inocencia
Con dedos de sol
Con dedos de amor
Entonces todas las músicas
Han surgido de un solo instante
Entonces todas las amadas osamentas
Todos aquéllos que nos han liberado
Sus afines violines
Han iniciado el canto
Sin lamentos ni llantos
                        (Versión de Antonio Urrello)

              Si el paso del tiempo es un tema fundamental en la obra de Grandbois, la soledad, el arisco aislamiento que puede conducir a la enajenación, son los ejes temáticos de la primera poesía de Anne Hébert. Aquí no hay un fervor nacionalista patente o incluso latente, lo que no es de sorprender dado el hecho de que esta escritora vivió la mayor parte de su vida adulta en Francia y que regresó a Montreal en su vejez, cercana a la muerte. Hay, sin embargo, en la poesia de Hébert, un rasgo de pérdida primigenia que atraviesa toda su obra, una herida de separación que sólo el amor, elevado a su más alta expresión, puede mitigar. Una sola lectura del extraordinario poema "Misterio de la Palabra" bastará para rendir cuentas de la misión poética de Anne Hébert.

MISTERIO DE LA PALABRA

En un país tranquilo hemos recibido la pasión del mundo,
espada desnuda sobre nuestras dos  manos posada

Nuestro corazón desconocía el día cuando el fuego nos fue así entregado,
y su luz hizo un surco en la sombra de nuestros rasgos

Era ante todo flaqueza, la caridad estaba sola adelantándose al
miedo y al pudor

Inventaba el universo en la justicia primera y éramos
partícipes de esta vocación en la extrema vitalidad de nuestro amor

La vida y la muerte en nosotros recibieron derecho de asilo, se miraron
con ojos ciegos, se tocaron con manos precisas

Unas flechas de olor nos alcanzaron, atándonos a la tierra
como heridas en nupcias excesivas

Oh estaciones, río, alisos y helechos, hojas, flores, madera
mojada, hierbas azules, todo nuestro haber sangra su perfume,
bestia olorosa en nuestro flanco

Los colores y los sonidos nos visitaron en tropel y en pequeños
grupos fulminantes, mientras que el sueño duplicaba nuestro
encanto como la tormenta eléctrica cierne el azul del ojo inocente

La alegría se puso a gritar, joven parturienta de olor salvagino
bajo los juncos. La primavera liberada fue tan hermosa que nos tomó
el corazón con una sola mano

Los tres golpes de la creación del mundo repicaron en nuestros
oídos, vueltos iguales a los latidos de nuestra sangre

En un solo deslumbrar se hizo el instante. Su relámpago nos recorrió
el rostro y recibimos la misión del fuego y de la quemadura.

Silencio, ni se mueve, ni dice nada, se funda la palabra, levanta
nuestro corazón para asir el mundo en un solo gesto de tormenta, nos
adhiere a su aurora como la corteza al fruto

Toda la tierra vivaz, el bosque a nuestra derecha, la profunda ciudad
a nuestra izquierda, en pleno centro del verbo, avanzamos en la
punta del mundo

Frentes de cabellos ensortijados donde se corrompe el silencio en pelambres                                                                                                                               almizclados,
todas las muecas, viejas cabezas, mejillas de niño, amores, arrugas,
alegrías, duelos, criaturas, criaturas, lenguas de fuego en el solsticio de
la tierra

Oh hermanos míos los más negros, todas las fiestas gravadas en secreto ;
pechos humanos, calabazas que son músicas y donde se exasperan
voces cautivas                  

Que el que recibió la función del habla los tome a su cargo como un corazón por añadidura tenebroso, y no pare hasta que sean justificados los vivos y los muertos en un solo canto entre el alba y las hierbas.
                                   (Versión de Françoise Roy, tomado del poemario Poèmes)

            Otra poeta importante en ese devenir como nación, en ese paso de lo tradicional a la modernidad, es Rina Lasnier, nacida en 1915. Su poesía tiene un sello muy personal desde sus primeras publicaciones. Los temas de vertiente bíblica y el tono didáctico del principio fueron dando lugar en esta singular poeta a una áspera búsqueda metafísica. Hay en su obra una recurrente tensión que yo llamaría "vertical", un ir y venir de lo espiritual a lo terrenal, del sentimiento al intelecto, de lo material a lo inefable. Además, Lasnier cantó el amor con una sensibilidad muy femenina que fue decisiva en la formación de la identidad feminista posterior a la "Revolución Tranquila".
            El rigor y la inhospitalidad del clima canadiense habitan la poesía de Lasnier como la lluvia y el mar de Isla Negra habitaron la de Neruda. En el poema que aparece a continuación, el refinamiento lírico se da por el uso de "canadianismos", como lo sería la palabra bordages (orillas de nieve en los ríos), o por el uso de neologismos y arcaísmos de la lengua francesa como alentissement (disminución de velocidad) o silenciaire (etimológicamente, que convoca o impone el silencio). Un ejemplo de la tensión latente arriba mencionada, una tensión que se despliega a menudo entrelazada con la geografía muy particular de los paisajes de la tierra natal, sería el siguiente poema:

OFICIO DEL MÁS NOBLE

Nieve, oficio lento del más noble tiempo,
del tiempo de nevar de los grandes ríos alzando el suelo
y la comarca así remonta entre sus blancas orillas
para entrar en la primacía del tiempo de escucha;
palidez de la carne que toca el hueso por doquier,
palidez de la sangre en este dulce huracán de la inocencia.
He aquí la tierra en su vasta vestidura vistosa,
he aquí el espíritu en el extremo exilio del conocimiento.
Nieves, palabras en mantillas de ensueño que aminoran el paso,
sin imagen como el mar, y sin escritura como los cielos;
fuegos primigenios que encallan  por la gravedad de la nieve
como una exultación en la frescura de la lucidez.
La tierra es un sembradío de trigo sarraceno sin olor,
una inmortalidad de la realeza subida hasta las rodillas
- tan estrecha la apuesta de Dios bajo sus muertos. -
Lenta nieve, lluvia poblada de mariposas muertas
para el reposo de los párpados que cubren islas de fuego,
trashumancia de la luz que busca una encarnación
como un amor que toca la superficie y la marea de las manos.

Estación que convoca lo silente, lo invisible es un leve caricia,
el poder de las palmas en la caída noble del signo
y en fin Dios brilla en aquel oro íntimo para el espíritu.
                                   (versión de Françoise Roy,
                                   tomado del poemario   L'arbre blanc (1960)

            Otros poetas de este siglo tuvieron una contribución digna de ser mencionada, por supuesto, como lo es Gaston Miron, que algunos críticos han comparado con la figura de Jaime Sabines en México. Podemos mencionar asimismo a Gatien Lapointe o Jean-Marie Lapointe que ya forman parte de los clásicos. Miron, un poeta más sensitivo que hermético, supo llegar a amplios sectores de la población. Pero ninguno de los poetas ulteriores escapa a la influencia que ejercieron esos cuatro poetas fundadores del siglo XX en el Canadá de habla francesa: Saint-Denys Garneau, Grandbois, Hébert y Lasnier.
            A manera de conclusión, no podemos hablar del quehacer literario quebequense sin aludir al viento independentista ("soberanista" como lo llaman en Quebec actualmente) que recorrió la provincia en la segunda mitad del siglo veinte. Como acontecer histórico, se trata de una cuestión todavía muy vigente, apenas pasado el umbral del nuevo milenio, un asunto que, además, tiene a la población quebequense profundamente dividida. El asunto de la autonomía política de la provincia, de su ser otro frente al resto de Canadá no puede sino inmiscuirse, aunque sea indirectamente, en la literatura de Quebec tomada en su conjunto.
            La abertura al mundo, la riqueza de la sociedad quebequense actual y el nivel de vida relativamente alto de su población han favorecido importantes flujos migratorios procedentes de países tercermundistas. Aquello, inevitablemente, habrá de cambiar el futuro rostro sociocultural de una provincia que había vivido aislada del mundo durante cuatro siglos, encerrada en un catolicismo férreo y una lengua arcaizante. Nada es más ilustrativo de ese cambio que la lucha encarnizada y reciente por hacer del francés —mediante decretos y leyes severamente criticadas por la minoría angloparlante (que representa por mucho la mayoría a escala nacional)— la única lengua oficial en Quebec. El futuro dirá cómo la literatura —instrumento de cambio, espejo y testigo del orbe histórico y ahistórico/atemporal/universal (según el caso)— responde a este nuevo desafío.
            Es indudable que la lengua siempre ha jugado un papel fundamental en las culturas "amenazadas"; es menester reconocerlo antes de abordar el fenómeno del escritor en Quebec. Las Letras quebequenses proceden de un país muy joven; cabe recordar que no hubo grandes maestros nacionales hasta las postrimerías del siglo antepasado. Y si la sobrevivencia del idioma francés en América del Norte parece ya asegurada, las grandes cuestiones existenciales que pretende resolver o reflejar la literatura como quehacer humano siguen en pie, como es el caso en todos los países de la Tierra.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario