LA
POESIA QUEBEQUENSE, UNA POESIA DE LA IDENTIDAD
Es
imposible hablar de literatura quebequense sin antes abordar el asunto de la
cultura que le sirvió de crisol. En pocos lugares del mundo la lengua ha sido
un vehículo de identidad tan importante como lo ha sido en Quebec. Ello se debe
a la muy peculiar situación histórica que vivió el pueblo quebequense desde la
llegada de los franceses a Norteamérica en el siglo 16. Asimismo, podríamos
hablar de una literatura que se gestó en un ambiente de contingencia, un
entorno cultural y lingüístico muy hostil a la expresión de una identidad
propia.
Cabe
esbozar, pues, un retrato a grandes rasgos de lo que fue ese aislamiento
cultural. El sentimiento marcado de alteridad que engendró culminó en el
movimiento nacionalista quebequense del siglo veinte, cuyas raíces lejanas se
remontan a las primeras épocas de la Conquista. Si no entendemos en nuestra reseña
histórica que el fait français en
América del Norte se da bajo el signo de la sobrevivencia, no tendremos sino una
visión parcial de la trayectoria de la literatura que le sirve de aliciente.
Para
entender lo que significa ser un enclave cultural, cabe recordar que la Nueva Francia (hoy
la provincia de Quebec) pasó a manos de la Corona Británica en 1769. Por
el viento de insurrección que soplaba en aquel entonces en el país vecino de
Nueva Inglaterra, los ingleses decidieron seguir una política lingüística y
religiosa de no asimilación, para no azuzar los posibles ardores
"nacionalistas" de sus conquistados de habla francesa. Así fue que
hasta los años 1940, la sociedad quebequense se desarrolló bajo el lema de
"Dios (entiéndase ‘catolicismo’), familia, patria", y esos tres
grandes ejes moldearon profundamente su cultura.
Los dos
siglos posteriores a la guerra que perdió Francia frente a Inglaterra vieron desarrollarse
(o, más bien, sobrevivir) una sociedad mayoritariamente rural, cuyos valores
muy conservadores prevalecieron hasta mediados del siglo veinte. El dominio de la Iglesia en una nación
asediada por el peso de la cultura anglosajona no favoreció el auge de las Letras
en Quebec. Sin embargo, unos cambios importantes se iban gestando, cambios que
culminaron en un viento de libertad destinado a transformar profundamente el
arte contemporáneo en la sociedad quebequense.
Afín al
personaje de Arthur Rimbaud por su precocidad, surge a principios del siglo viente
un poeta mayor, Émile Nelligan, cuya obra genial fue segada por décadas de
encierro por causa de "locura". En la época de Nelligan, apenas se
estaba formando una conciencia más articulada de lo que significaba vivir y
escribir en francés en Norteamérica. No fue hasta 1948 cuando un grupo de
jóvenes artistas firmaron el manifiesto llamado Refus Global ("Rechazo Global") que establecía las bases
de un claro nacionalismo francófono y subrayaba la importancia de una libertad
artística basada en la alteridad cultural. En la década de los 60 sobreviene la
llamada Revolución Tranquila, un
movimiento político y social que marcó el giro definitivo de Quebec hacia una
sociedad urbana, educada, laica y pluralista.
Por carecer
de una larga tradición literaria, y por su condición sociolinguística
minoritaria, la literatura contemporánea de Quebec ha sido ora experimental,
ora rebelde, mecanismo y manifestación de sobrevivencia cultural. Desde las
raíces francesas clásicas, aparece a veces como una construcción
sintácticamente muy novedosa. Los versos de sus poetas se gestaron en un clima
adverso y una geografía de la vastedad: son a menudo habitados por la nieve,
por el invierno interminable de aquellas latitudes, por los bosques, los ríos,
la lluvia y, de menos hasta mediados del siglo 20, los ritos religiosos de una
sociedad rural.
Podemos
hablar de Émile Nelligan como del precursor de la poesía moderna en Quebec. Nelligan,
nacido en Montreal en 1879 y muerto en 1941, le dio a la poesía quebequense una
proyección y una manera de ser hasta
entonces casi desconocidas. Los poetas malditos del siglo 19 —en particular
Beaudelaire que éste reconoce como su maestro, jugaron un papel fundamental en
la formación literaria de Nelligan. El poeta, hoy reconocido como patrón de los
poetas en Quebec, asimiló tendencias parnasianas y simbolistas, pero por la
intensidad lírica de sus versos y la tragedia personal de su ser desgarrado por
la melancolía (que lo llevará incidentemente a décadas de encierro en un manicomio),
logrará producir una obra que rebasa por mucho sus orígenes. Como lo expresa
acertadamente el crítico Antonio Urrello, "la fugaz evasión hacia un mundo
de ensueño es una de sus más cercanas posibilidades y también uno de los
motivos que estructuran poéticamente a su obra. [ ...] Su cultivo de la forma,
su tendencia a la imagen simbolista y su ilimitada tendencia hacia el
sentimiento profundo y el ensueño breve y tierno van a convertirse en
coordenadas imperantes en su poesía".
Nelligan
abrió, aunque su obra careciera de referencias locales o históricas propia de
su solar natal, la puerta de par en par, para que se gestara, posteriormente,
la obra de otros cuatro poetas fundadores de las letras quebequenses. Esos
mismos esbozarán un quehacer literario nuevo, en un idioma que hablan apenas
siete de los doscientos sesenta millones de personas que viven en América del
Norte. Se trata de Hector
Saint-Denys Garneau, Alain Grandbois, Anne Hébert y Rina Lasnier.
Si la obra de Nelligan tiene
matices marcadamente personales, si expresa su doloroso mal de l'âme —que yo traduciría por "dolor existencial"—,
la de Saint-Denys Garneau (1912-1943) es la primera que asume una postura colectiva.
Ese giro de lo íntimo o confesional a lo universal (que en mi opinión la
crítica literaria ha deslindado de más como dos ejes antagónicos) se da pese a
que el tema de la soledad sea recurrente en la poesía de Saint-Denys Garneau.
Hay una clara añoranza, un "estar solo y despojado" en el que el
poeta no puede alcanzar la plenitud del ser. Esa imposibilidad es patente en
varios de sus poemas, entre los que destaca el siguiente:
MI CORAZON ESTA PIEDRA
Mi corazón esta piedra que pesa sobre mí
Mi corazón petrificado por esta tregua estéril
Y la mirada volcada hacia el fuego de la ciudad
Y el afán tardío de extinguidas penas
Y los clamores desatados hacia países imposibles
Ponte tu abrigo peregrino sin esperanza
Pon tu abrigo contra tus huesos
Dobla tus desordenados brazos de abandonadas felicidades
Lleva el abrigo de tu pobreza
Contra tus huesos
Y por centro el racismo seco de tu corazón
Deja ya que otro suavice la piel
(Versión
de Antonio Urrello)
Saint-Denys
Garneau abrió una brecha inaudita entre tradición y renovación en las Letras
quebequenses, que no fue reconocida en pleno sino póstumamente. Murió joven,
ignorado o menospreciado por la crítia de su época. Una prueba más de la
arbitrariedad de los prestigios que se dan a veces en el mundo del arte, y de
que el tiempo es un sabio que miente menos que el presente. Otra contribución de
Saint-Denys Garneau fue indirecta, pero catalizadora: el alentar a su prima,
Anne Hébert, a ahondar en la creación literaria, con el sorprendente e ilustre
resultado que conocen todos los quebequenses.
Anne Hébert
es una escritora total: fue varias veces galardonada a escala nacional e
internacional por su quehacer novelístico, ensayístico, cuentístico y poético,
sin olvidar que brindó importantes contribuciones a la dramaturgia.
Contemporáneo
de Anne Hébert, Alain Grandbois (1900-1975) traza una senda de capital
importancia en las Letras modernas de la provincia de Quebec. El crítico Guy
Robert dijo que "con Grandbois y Anne Hébert, la poesía de Quebec se
libera de sus inhibiciones esterilizantes, de sus complejos tradicionales, [y] el
poeta eleva la voz hasta llegar hasta la profecía. El espacio, después de haber
sido decoración y ambiente, se convierte en proyecto; el tiempo, después de
haber sido conjugado en pasado y presente, se hace futuro [...]; al lado de los
"maestros franceses", habrá ya maestros de Quebec. "
Dicha
aseveración, huelga decirlo, no sólo es muy acertada, sino que da fe que los
cambios que se iban gestando para que se creara una institución llamada literatura quebequense. La formación de
pensadores "criollos" (aunque el término se refiera específicamente a
Latinoamérica) ha sido de suma importancia en el surgimiento de un
"nosotros" quebequense. Cabe recordar, para ello, que después de la Conquista del territorio
por los ingleses que colonizaron paulatina y firmemente el resto del país, el
peso económico, cultural y lingüístico del conquistador fue erradicando poco a
poco el uso del francés fuera de la provincia de Quebec (a excepción de pequeños
enclaves de habla francesa en las provincias aledañas de Ontario y Nuevo
Brunswick, así como de la más lejana provincia de Manitoba, de donde surgirá
una importante escritora de habla francesa, Gabrielle Roy).
El cordón
umbilical con la madre patria, Francia, fue cortado violentamente cuando la
corona francesa perdió la guerra contra los ingleses en el marco de los
conflictos europeos que recibieron el elegante nombre de “Guerra de siete años”.
Aquí no hubo movimiento de "liberación", sino un pueblo de
conquistadores conquistados, situación única en su género. Con la derrota que
se signó en 1769, el flujo de inmigración de Francia a Quebec (principalmente
de las regiones de Bretaña y Normandia, al noroeste de Francia, cuyas raíces
son celtas más que latinas) se detuvo casi por completo. De ahí la gran
cantidad de arcaísmos que surcan la lengua, aun actual, del Quebec. De ahí su
acento cantado, sus sonidos nasales, sus diptongos peculiares y su
pronunciación abierta de las vocales, únicos en la fonética del francés
moderno.
La lejanía
de la patria de origen fue a la vez bendición y maldición para las Letras del
Quebec. Forzó el obligado surgimiento de una voz propia. Develó una veta
patriótica sustentada por una lengua que estaba siempre —aunque fuese sutilmente—
amenazada de desaparición frente a la masiva infiltración del inglés como
lengua vernácula. A esa asimilación latente, hay que añadir la concentración de
la riqueza del país del lado angloparlante, hoy en día ampliamente superada. Es
a la relativa debilidad de los nexos que unían el francés norteamericano con el
europeo que debemos la originalidad de la literatura francocanadiense.
Para
regresar a Grandbois, basta decir que este bardo cantó infatigablemente los
aspectos variopintos de su tierra natal, aunque fue un verdadero ciudadano del
mundo, un peregrino que recorrió Europa y Asia y vivió momentos de extrema
efervescencia histórica en distintos puntos del mapamundi. El amor y la muerte
aparecen en su obra como polos antagónicos. La necesidad de recordar y de
olvidar se plantean asimismo como extremos del péndulo sobre el que articulará
su poesía. Cabe señalar asimismo el elemento profético que abarca toda la obra
de Alain Grandbois, manifiesto en el siguiente poema:
EL SILENCIO
Tierra de estrellas humilladas
¡Oh tierra! ¡Oh tierra!
Tu rostro mata el corazón
con sus paisajes derrotados
Pero basta quizás
¡Oh tierra!
De hollar suavemente tu rostro
Con dedos de inocencia
Con dedos de sol
Con dedos de amor
Entonces todas las músicas
Han surgido de un solo instante
Entonces todas las amadas osamentas
Todos aquéllos que nos han liberado
Sus afines violines
Han iniciado el canto
Sin lamentos ni llantos
(Versión
de Antonio Urrello)
Si el paso del tiempo es un tema fundamental
en la obra de Grandbois, la soledad, el arisco aislamiento que puede conducir a
la enajenación, son los ejes temáticos de la primera poesía de Anne Hébert.
Aquí no hay un fervor nacionalista patente o incluso latente, lo que no es de
sorprender dado el hecho de que esta escritora vivió la mayor parte de su vida
adulta en Francia y que regresó a Montreal en su vejez, cercana a la muerte.
Hay, sin embargo, en la poesia de Hébert, un rasgo de pérdida primigenia que
atraviesa toda su obra, una herida de separación que sólo el amor, elevado a su
más alta expresión, puede mitigar. Una sola lectura del extraordinario poema
"Misterio de la Palabra"
bastará para rendir cuentas de la misión poética de Anne Hébert.
MISTERIO DE LA
PALABRA
En un país tranquilo hemos recibido la pasión del mundo,
espada desnuda sobre nuestras dos manos posada
Nuestro corazón desconocía el día cuando el fuego nos fue
así entregado,
y su luz hizo un surco en la sombra de nuestros rasgos
Era ante todo flaqueza, la caridad estaba sola adelantándose
al
miedo y al pudor
Inventaba el universo en la justicia primera y éramos
partícipes de esta vocación en la extrema vitalidad de
nuestro amor
La vida y la muerte en nosotros recibieron derecho de asilo,
se miraron
con ojos ciegos, se tocaron con manos precisas
Unas flechas de olor nos alcanzaron, atándonos a la tierra
como heridas en nupcias excesivas
Oh estaciones, río, alisos y helechos, hojas, flores, madera
mojada, hierbas azules, todo nuestro haber sangra su
perfume,
bestia olorosa en nuestro flanco
Los colores y los sonidos nos visitaron en tropel y en
pequeños
grupos fulminantes, mientras que el sueño duplicaba nuestro
encanto como la tormenta eléctrica cierne el azul del ojo
inocente
La alegría se puso a gritar, joven parturienta de olor
salvagino
bajo los juncos. La primavera liberada fue tan hermosa que
nos tomó
el corazón con una sola mano
Los tres golpes de la creación del mundo repicaron en
nuestros
oídos, vueltos iguales a los latidos de nuestra sangre
En un solo deslumbrar se hizo el instante. Su relámpago nos
recorrió
el rostro y recibimos la misión del fuego y de la quemadura.
Silencio, ni se mueve, ni dice nada, se funda la palabra,
levanta
nuestro corazón para asir el mundo en un solo gesto de
tormenta, nos
adhiere a su aurora como la corteza al fruto
Toda la tierra vivaz, el bosque a nuestra derecha, la
profunda ciudad
a nuestra izquierda, en pleno centro del verbo, avanzamos en
la
punta del mundo
Frentes de cabellos ensortijados donde se corrompe el
silencio en pelambres almizclados,
todas las muecas, viejas cabezas, mejillas de niño, amores,
arrugas,
alegrías, duelos, criaturas, criaturas, lenguas de fuego en
el solsticio de
la tierra
Oh hermanos míos los más negros, todas las fiestas gravadas
en secreto ;
pechos humanos, calabazas que son músicas y donde se
exasperan
voces cautivas
Que el que recibió la función del habla los tome a su cargo
como un corazón por añadidura tenebroso, y no pare hasta que sean justificados
los vivos y los muertos en un solo canto entre el alba y las hierbas.
(Versión
de Françoise Roy, tomado del poemario Poèmes)
Otra poeta
importante en ese devenir como nación, en ese paso de lo tradicional a la
modernidad, es Rina Lasnier, nacida en 1915. Su poesía tiene un sello muy
personal desde sus primeras publicaciones. Los temas de vertiente bíblica y el
tono didáctico del principio fueron dando lugar en esta singular poeta a una
áspera búsqueda metafísica. Hay en su obra una recurrente tensión que yo
llamaría "vertical", un ir y venir de lo espiritual a lo terrenal,
del sentimiento al intelecto, de lo material a lo inefable. Además, Lasnier
cantó el amor con una sensibilidad muy femenina que fue decisiva en la
formación de la identidad feminista posterior a la "Revolución
Tranquila".
El rigor y
la inhospitalidad del clima canadiense habitan la poesía de Lasnier como la
lluvia y el mar de Isla Negra habitaron la de Neruda. En el poema que aparece a
continuación, el refinamiento lírico se da por el uso de
"canadianismos", como lo sería la palabra bordages (orillas de nieve en los ríos), o por el uso de
neologismos y arcaísmos de la lengua francesa como alentissement (disminución de velocidad) o silenciaire (etimológicamente, que convoca o impone el silencio).
Un ejemplo de la tensión latente arriba mencionada, una tensión que se
despliega a menudo entrelazada con la geografía muy particular de los paisajes
de la tierra natal, sería el siguiente poema:
OFICIO DEL MÁS NOBLE
Nieve, oficio lento del más noble tiempo,
del tiempo de nevar de los grandes ríos alzando el suelo
y la comarca así remonta entre sus blancas orillas
para entrar en la primacía del tiempo de escucha;
palidez de la carne que toca el hueso por doquier,
palidez de la sangre en este dulce huracán de la inocencia.
He aquí la tierra en su vasta vestidura vistosa,
he aquí el espíritu en el extremo exilio del conocimiento.
Nieves, palabras en mantillas de ensueño que aminoran el
paso,
sin imagen como el mar, y sin escritura como los cielos;
fuegos primigenios que encallan por la gravedad de la nieve
como una exultación en la frescura de la lucidez.
La tierra es un sembradío de trigo sarraceno sin olor,
una inmortalidad de la realeza subida hasta las rodillas
- tan estrecha la apuesta de Dios bajo sus muertos. -
Lenta nieve, lluvia poblada de mariposas muertas
para el reposo de los párpados que cubren islas de fuego,
trashumancia de la luz que busca una encarnación
como un amor que toca la superficie y la marea de las manos.
Estación que convoca lo silente, lo invisible es un leve
caricia,
el poder de las palmas en la caída noble del signo
y en fin Dios brilla en aquel oro íntimo para el espíritu.
(versión de Françoise Roy,
tomado
del poemario L'arbre blanc (1960)
Otros
poetas de este siglo tuvieron una contribución digna de ser mencionada, por
supuesto, como lo es Gaston Miron, que algunos críticos han comparado con la
figura de Jaime Sabines en México. Podemos mencionar asimismo a Gatien Lapointe
o Jean-Marie Lapointe que ya forman parte de los clásicos. Miron, un poeta más
sensitivo que hermético, supo llegar a amplios sectores de la población. Pero
ninguno de los poetas ulteriores escapa a la influencia que ejercieron esos
cuatro poetas fundadores del siglo XX en el Canadá de habla francesa:
Saint-Denys Garneau, Grandbois, Hébert y Lasnier.
A manera de
conclusión, no podemos hablar del quehacer literario quebequense sin aludir al
viento independentista ("soberanista" como lo llaman en Quebec
actualmente) que recorrió la provincia en la segunda mitad del siglo veinte.
Como acontecer histórico, se trata de una cuestión todavía muy vigente, apenas
pasado el umbral del nuevo milenio, un asunto que, además, tiene a la población
quebequense profundamente dividida. El asunto de la autonomía política de la
provincia, de su ser otro frente al
resto de Canadá no puede sino inmiscuirse, aunque sea indirectamente, en la
literatura de Quebec tomada en su conjunto.
La abertura
al mundo, la riqueza de la sociedad quebequense actual y el nivel de vida
relativamente alto de su población han favorecido importantes flujos
migratorios procedentes de países tercermundistas. Aquello, inevitablemente, habrá
de cambiar el futuro rostro sociocultural de una provincia que había vivido
aislada del mundo durante cuatro siglos, encerrada en un catolicismo férreo y
una lengua arcaizante. Nada es más ilustrativo de ese cambio que la lucha
encarnizada y reciente por hacer del francés —mediante decretos y leyes
severamente criticadas por la minoría angloparlante (que representa por mucho la
mayoría a escala nacional)— la única lengua oficial en Quebec. El futuro dirá
cómo la literatura —instrumento de cambio, espejo y testigo del orbe histórico
y ahistórico/atemporal/universal (según el caso)— responde a este nuevo
desafío.
Es
indudable que la lengua siempre ha jugado un papel fundamental en las culturas
"amenazadas"; es menester reconocerlo antes de abordar el fenómeno
del escritor en Quebec. Las Letras quebequenses proceden de un país muy joven;
cabe recordar que no hubo grandes maestros nacionales hasta las postrimerías
del siglo antepasado. Y si la sobrevivencia del idioma francés en América del
Norte parece ya asegurada, las grandes cuestiones existenciales que pretende
resolver o reflejar la literatura como quehacer humano siguen en pie, como es
el caso en todos los países de la Tierra.
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