domingo, 9 de agosto de 2020

López Dóriga y la campaña de desinformación, una pandemia que iguala la del coronavirus

 

            López Dóriga y la campaña de desinformación, una pandemia que 

iguala la del coronavirus

 

            Un periodista, según lo entiendo, tiene un código de ética que le exige verificar la veracidad de lo que publica. Eso es cierto aun en la era de la mentira y de las noticias truqueadas para satisfacer intereses partidistas. Los periodistas tienen un compromiso moral con la verdad, y la verdad tiene que ver con los hechos, no con las opiniones. Las posturas ideológicas siempre son debatibles, al contrario de los hechos duros. Un video es auténtico o es un montaje, cuando no, producto de origen falaz, tal y como lo evidencian las fotos o los videos editados para ser atribuidos a otras fuentes o para sacar algo fuera de contexto. Una foto es auténtica o está manipulada mediante un proceso de montaje; no hay nada en medio, una foto o reproduce fielmente una imagen o está modificada para aparentar otra cosa. Una declaración textual fue hecha o no lo fue, y si lo fue y se tuerce para darle otro significado, es que tiene detrás a una persona de mala fe que la puede manipular para sacarla de contexto o citarla sólo parcialmente.

            Lo que cuestiono aquí es la falta de moralidad de quien difunde mentiras, es decir, información que no es verídica, en el peor de los casos, o verificable, en el mejor de los casos. Hablo de principios morales, y no tiene nada que ver con la opinión subjetiva que pueda tener uno sobre un personaje o un acontecimiento. Lo que se discute en una reunión interna de gabinete (que en un gobierno democrático está sujeto a discrepancias de opiniones) pertenece al ámbito privado. Es en rigor información clasificada, y no debe ser difundido como información pública hasta que el propio gobierno lo autorice. Un periodista que viole eso falla al código de ética de su profesión. Y más aun, si, para rematar el asunto, ubica erróneamente la fecha y el lugar en que se hicieron esas declaraciones.

            Traigo esto a colación por un video que causó escándalo en los medios mexicanos en agosto 2020. Desgraciadamente, es uno de miles que circulan en la gran campaña de desinformación orquestada por toda clase de conspiracionistas, opositores al gobierno de López Obrador o arribistas de toda índole que quieren promover una idea y pululan en las redes sociales y en los medios. El video del que hablo aquí es una grabación protagonizada por el titular de la Semarnat, el doctor Victor Manuel Toledo. En una reunión de gabinete privada, éste emitió opiniones críticas hacia las políticas gubernamentales. El video, sin embargo, se presenta como noticia de última hora mientras que en realidad fue filmado varios meses antes de su filtración a los medios. López Dóriga y varios colegas suyos en el gremio informativo afirmaron que dicho video ilustra declaraciones hechas en público, y para colmo, en el marco de un foro internacional, cosa que es totalmente falsa (lo tengo de fuentes muy cercanas). Unos periódicos publicaron, en la estela del escándalo así generado, que el funcionario aludido estaba fuera del gabinete, otra noticia falsa al momento de ser publicada.

            No estoy hablando aquí de opiniones acerca de la presidencia, ya que en opiniones (si excluimos la incidencia a la violencia, por ejemplo) todo se vale y todo se puede argumentar; estoy hablando de un video editado, aparentemente de manera deliberada, para hacer creer otra cosa. Además de implicar un montaje, el audio salió ilegalmente de una reunión del gabinete llevada a cabo a puertas cerradas. Por supuesto que su circulación pública hizo el agosto de la derecha y de quienes están opuestos a las posturas del funcionario o a las políticas de la 4-T. ¿Esto es periodismo serio? ¿No verificar fuentes, ni siquiera preocuparse de que la información que uno da es veraz? ¿En qué momento adquirieron tanto poder los chayoteros y mercenarios que publican cualquier mentira porque los contrató un mejor postor para diseminar información tendenciosa o descaradamente falaz? Es una vergüenza que mancha por igual todo el gremio periodístico.

            Aquí me curo en salud aclarando que no hablo de estar o no de acuerdo con lo que declare un alto funcionario. El disentir y el usar la crítica constructiva son fundamentos del espíritu democrático, pero pertenecen estrictamente al campo de las opiniones. De ahí que los debates no sólo se valen, sino que son sanos en una democracia. Sin embargo, con el video aludido (que se filtró ilegalmente y con una fecha insinuada que es simplemente falsa), me pregunto dónde quedó la obligación de relatar hechos veraces, que se supone es la misión primera del periodismo.

            Obviamente, siempre habrá gente que se vende al mejor proxeneta y desconoce el significado de un principio rector que se llama "ética profesional". Joaquín López Dóriga no es ningún novato en el gremio periodístico; es un comunicador con mucha audiencia y mucho poder. De ahí que sea más grave su falta profesional que la de los miles de usuarios de redes sociales que difunden diario mentira tras mentira: teorías descabelladas sin ningún fundamento comprobable (como eso de que el coronavirus no existe y es un experimento de Bill Gates y compañía), documentos, declaraciones o acontecimientos inventados. O para usar otro ejemplo, citaré un acta de nacimiento del supuesto abuelo de la primera dama que sería, presuntamente, un criminal de guerra nazi (como si uno, para empezar, fuera culpable de los pecados cometidos por sus abuelos, toda vez que el abuelo que aparece en el acta aludida, reproducida ad vitam eternam por los AMLOhaters, ni siquiera es su abuelo). Los ejemplos de mentiras viralizadas son infinitos y constituyen una verdadera pandemia que no habla nada bien del estado de nuestra sociedad incrédula, ignorante, desconfiada, dada a los insultos y las amenazas al mismo tiempo que se enarbola un concepto desvirtuado de la libertad de expresión.

            En nuestros días, un periodista influyente como López Dóriga puede cometer una pifia de ese tamaño (filtrar ilegalmente un video privado declarando que refleja sucesos que tuvieron lugar en un marco internacional) y quedar completamente impune. No opinaré aquí sobre el solo fin de semejante falta profesional, que supongo es el de dañar la imagen del gobierno actual al ilustrar que hay controversia en su seno. Opinaré más bien sobre el culto de la mentira, recurso que se ha vuelto viral. Ahora, hasta los periodistas pueden utilizarla a su antojo para torcer la verdad. Evadir o violar la responsabilidad cívica que tiene hacia la verdad todos los ciudadanos, sin importar su rango, es aun más reprobable cuando viene de un comunicador influyente.

            Es patético ver hasta qué grado se ha degradado la loable profesión del periodismo. Da pena presenciar a diario el actuar de quienes la han dañado y desacreditado a favor de intereses partidarios y muchas veces gangsteriles. Quienes no tienen remilgos en difundir documentos espurios o fotos truqueadas (como la de Evo Morales flanqueado del Chapo Guzmán y de Pablo Escobar) ni siquiera tienen la entereza de desmentir la información falsa que propagaron, una vez que se descubre que se trataba de información errónea. Veo cada día menos fe de erratas publicada en los medios, como se solía ver antes cuando un reportero se equivocaba al dar una noticia.

            No dudo que el recurso a la mentira (que facilitan hoy día las tecnologías del photoshop, de la edición digital, del Facebook, whatsapp y compañía) sólo empeorará con el tiempo. Al rato, elogiaremos como héroes nacionales a los mentirosos y farsantes en vez de repudiarlos; al cabo, "el fin justifica los medios", ¿no es así? Derrocar, de menos moralmente, un gobierno democráticamente elegido parece justificar el uso de mentiras, como si los argumentos racionales, basados en hechos comprobados, no bastarán para una crítica fundamentada, justa y racional. Algunas de las mentiras que veo circular libremente en aras de la sacrosanta "libertad de expresión" son tan inverosímiles que es increíble que miles de usuarios caigan en la trampa. Como caldo de cultivo, la mentira, el embuste, las falsificaciones, el engaño y la falacia tienen una población muy crédula, poco informada, poco crítica, y para colmo, dada a la paranoia. Un estudio reciente, cuya referencia exacta no tengo, encontró que la mayoría de los mexicanos no saben distinguir un hecho de una opinión. Me temo que sea lo mismo en otro lado y que haya generación espontánea de falsificaciones, patrañas y calumnias a escala mundial.

sábado, 6 de febrero de 2016

Monique Proulx: de auroras casi boreales y otras historias



Monique Proulx: de auroras casi boreales y otras historias


Yo leí la versión original del libro de cuentos de Monique Proulx antes de su traducción. Al presentar hoy la versión del mismo al castellano, empiezo mi alocución curándome en salud, alegando que la buena literatura siempre es traducible y tiene carácter universal: la traducción de este libro, además, es cuidada y tiene muy buena factura, por lo que el lector hispanófono encontrará en él, sin lugar dudas, el mismo cofre de tesoros que yo encontré. A los puristas que desprecian las traducciones diciendo que leerlas es como besar a través de un velo, contesto lo que siempre contesta una colega mía que escribe en galés: “Y sin embargo, es mucho mejor que no besar para nada.”
Los personajes de los cuentos que presento se quedaron conmigo un tiempo, una suerte de fantasmas, como si no hubieran querido irse y mi mente fuera un hogar adecuado para ellos, una morada sustituta donde alojarse tras su huida de las páginas de un libro. No sé si eso habla bien o mal de ese remedo de morada que es mi mente, porque casi todos los seres humanos que pueblan Las auroras montreales son personajes que yo llamaría liminares. Son gente que se mueve en lugares parecidos al limbo – que según la Iglesia católica ya no existe –  , en la periferia de lo que la sociedad considera ad hoc: una niña apenas núbil que vende favores sexuales en las calles de Montreal; un solitario que tiene que llevar su gata moribunda al veterinario y se enfrenta con un duelo que le trae un pesar desconocido ; un inmigrante latinoamericano que por primera vez en su vida ve caer nieve, y pasada la emoción de la novedad, tendrá que adaptarse a un Primer Mundo ordenado, aséptico, sin hambre pero sin color, y con el ronroneo de un refrigerador como único ruido; una muchacha que con el trasfondo político del referéndum para la independencia de Québec tiene que despedirse de uno de esos príncipes azules que se destiñen a la primera lavada ; un vendedor de zapatos anónimo en su momento de gloria porque trató de salvar una suicida que se dejó caer en los rieles del metro ; un huérfano que llama desde un teléfono público a mujeres que no conoce, y cuyos nombres empiezan sucesivamente por las letras del alfabeto porque no se atreve a hablarle a la que realmente importa; un don nadie que no es lo suficientemente elegante como para que una empleada le cambie un cheque.
Aquí no se trata de los personajes de Borges, escasamente liminares, protagonistas de sucesos extraordinarios. Los personajes borgianos se ubican siempre en el centro, no en el borde, ni la orla, ni la orilla: un aprendiz de brujo que descifra el mensaje oculto en las manchas de un leopardo, un incauto que descubre un hueco por donde asoma el infinito abajo de una vil escalera, un erudito cabalístico que descubre una conspiración criminal, un hombre con una memoria sobrenatural. No, los personajes de ese muy logrado libro de cuentos son desgarradores en su sencillez, su condición de excluidos, de fracasados amorosos, de huérfanos. Lo extraordinario en ellos es su desamparo: su condición liminar misma justifica que se concrete la anécdota cada cuento. Pienso, por ejemplo, en Pierrot, que debe enfrentar la enfermedad terminal de su mascota: la profundidad con que la autora aborda la arista filosófica de una pérdida aparentemente banal atestigua de una notable maestría artística de parte de su autora.       

Los animales son seres estéticos pero limitados, tienen almas toscas que no exigen un apego excesivo. Es malsano, y sin duda degenerado tener por los animales sentimientos que están reservados a los humanos. Cuando los gatos mueren, se les reemplaza por otros gatos, o por perros, más capaces todavía de acompañar al hombre en sus periplos guerreros. [Sin embargo] cada ser que muere es una pérdida irremplazable. Los seres vivos no son intercambiables. Necesitó 47 años para adquirir esta revelación que lo devasta.

El hecho de que yo me acuerde de manera vívida de este cuento tejido alrededor de una anécdota en apariencia banal mucho después de haberlo leído dice mucho acerca de la admirable pericia narrativa de su autora. Porque el cometido de la gran literatura es justamente eso: poder sacar de un dato, de un acontecimiento, de una historia mínima, las perlas ocultas bajo las valvas de cualquier dato, acontecimiento o historia. Monique Proulx sabe abrir no sólo la concha de hecho ficcional, sino también la del corazón. Pienso, por ejemplo, en el pobre diablo que quiere cambiar un cheque mientras todos los que lo observan, por su apariencia de delincuente, asumen que el cheque no tiene fondos. Recalco aquí las dos líneas finales, contundentes, del cuento:
   
Vuelve a tomar el cheque. Comprende. El cheque es bueno, sin lugar a dudas. Sólo él no lo es.

Una corte de los milagros moderna, urbana, nos ofrece esa gran cuentista que es Monique Proulx. Como todo escritor cumplido, la autora no escatima recursos literarios para seducir al lector: humor, como en el de la mujer partidaria de la independencia que tiene un amorío fallido con alguien que, políticamente, sería su contrincante de votación ; erudición e intertextualidad en las historias donde aparecen, aunque sea tangencialmente, escritores, artistas o filósofos ; poesía por la sutileza de las metáforas que ella utiliza para describir estados de ánimo, escenarios, actos ; flashbacks, como en las narraciones donde se cruzan y traslapan los tiempos ; perspicacia sicológica, evidente en las ficciones donde se enfrentan madres e hijas o amantes desunidos ; variaciones de nivel de lenguaje según los antecedentes del protagonista; diálogos, que al salpicar las páginas del libro dan a sus protagonistas un corte histriónico digno de las tragedias griegas ; simplicidad y concisión, con la que quien narra alumbra la cotidianeidad con luces de color.

               Sólo me resta recomendar efusivamente este libro: sin lugar a dudas, merece mejor destino que el que padecen la mayoría de los personajes, por muy conmovedores que sean, que le dan vida. Toda literatura, a fin de cuentas, es cuestión de palabras: si bien la materia prima del texto son las emociones, éstas no se pueden extraer del suelo del alma — tanto del escritor como del lector — si son imprecisas, superficiales  o superfluas. Cuando es así, nace un texto mediocre. De no ser como flechas, las palabras no dan en el blanco. Monique Proulx, con los diálogos de sus personajes y sus propias reflexiones — ya sea en calidad de narradora omnisciente o a través de confesiones escritas en primera o segunda persona — entendió exactamente lo que quería decir otro de los grandes en ese oficio que es ser artista y escribano, Louis-Ferdinand Céline, cuando en Viaje al fin de la noche, dijo esto acerca de las palabras: Las palabras, pues las hay que se ocultan entre las otras, como guijarros. Uno no las reconoce en especial, pero helas aquí, y de repente lo hacen temblar a uno, estremecen toda la vida que le pertenece a uno [...]. Entonces entra uno en pánico ... Hay una avalancha ... Uno queda como un ahorcado colgado encima de las palabras ... Es como una tormenta que llegó, que ya pasó, demasiado fuerte para usted, tan violenta que nunca la hubiera creído posible sólo con eso de soltar sentimientos ... Así que uno nunca desconfía lo suficiente de las palabras, ésa es mi conclusión. 
Si los minúsculos héroes de Las auroras montreales no fueran tan anónimos, tan liminares, casi diría que tienen el poder de causar la avalancha a la que aludía Céline. Y si tiene razón Antonio Porchia con su aforismo que dice Las pequeñas cosas, al ser tocadas, casi siempre sobreviven; no así las grandes cosas. Pues Monique Proulx, con sus pequeñas cosas, sí logra provocar un alud en el alma de sus lectores. Y no hay mejor alud que el que desencadena una gran obra de arte.

Petit portrait de la narco-violence au Mexique en 2012



PETIT PORTRAIT DE LA NARCO-VIOLENCE AU MEXIQUE EN 2012

Le mythe de la boîte de Pandore est plus actuel que jamais. Dans un pays habité au nord par el désert et au sud par la jungle et les plantations de café, quelqu’un a soulevé le couvercle. Soudainement. Si soudainement que des régions paisibles il y a 4 ans sont devenues en 2011 un no man’s land parsemé de villages fantômes.
            Le Mexique a la chance et la malchance de partager une frontière longue de 300 kilomètres avec le pays le plus puissant au monde, qui est aussi le plus gros consommateur de drogues fortes sur la planète. Un marché faramineux où coulent l’or et la myrrhe, et auquel s’ajoute celui de la contrebande d’armes. On estime que des milliers d’armes traversent la frontière américano-mexicaine tous les jours.
            La violence que ce trafic a engendrée (beaucoup estiment que les 40,000 morts officiels que recense presque pudiquement le gouvernement mexicain en 2011 ne sont que la pointe de l’iceberg) suit la route qui part de la Colombie et qui aboutit aux points de distribution des États-Unis, et du monde entier. C’est pourquoi, parlant violence, il faut immédiatement se demander où au Mexique : Ciudad Juarez, qui est collée à la frontière avec le Texas, ce n’est pas Mérida, au sud-est du pays, où il y a rarement des exécutions. L’état de Michoacán, où un cartel home-made, La Familia, terrorise la population depuis quelques années, ce n’est pas la même chose que Campeche, qui vit encore sous le baume tropical de ses plages presque vierges et ne se trouve nullement sur le chemin de la contrebande.
Une route de la soie moderne dont les caravanes ne sont pas conduites par des Bédouins, mais par des commandos armés jusqu’aux dents, traverse le Mexique. L’arme de prédilection de ces criminels, la mitraillette AK-47, s’appelle au pays de la tequila, poétiquement, un cuerno de chivo (corne de chèvre). Ce qui est indéniable, c’est que cette violence inouïe a tendance à émigrer vers le sud, et que de plus en plus d’états parmi les 32 entités fédérales qui composent la république mexicaine, voient leurs morgues devenir surpeuplées.  
            Les pays riches se scandalisent des nouvelles faisant état de cadavres décapités, de tueries d’un sanguinaire dépassant la science fiction, mais ils représentent la majorité des consommateurs de substances où pour trois dollars, par exemple, grâce à une pilule de crystal meth, on peut acheter l’illusion d’une vie sans limites que l’on conduit comme un bolide, au faîte du plaisir. Pourtant, ce sont elles, sociétés blanches et ordonnées où règnent l’état de droit, qui sont indirectement responsables d’un tel carnage et qui alimentent cette violence, par leur consommation d’agrément qui finit souvent en pharmacodépendance. Mais dans les champs de neiges du Québec ou de la Scandinavie, dans les discothèques de Barcelone ou les ghettos de New York, on est bien loin des fosses communes que l’on découvre régulièrement au Mexique. On peut tranquillement fermer les yeux et tourner la tête. Les banques, le marché immobilier et hôtelier, les concessionnaires automobiles des pays trafiquants, peuvent, eux aussi, faire semblant que le blanchissage d’argent n’existe pas, tous comme les producteurs d’armement, majoritairement originaires de pays riches, voient assurée une demande croissante de leur marchandise.  
Qui donc est le plus coupable, celui qui prend la route du crime parce que son pays vit dans la stagnation économique depuis 2 générations, ou celui qui —loin des yeux, loin du coeur— blanchit de l’argent, consomme ou vend des armes?

Quelques poèmes de ma plume



Personnages historiques


Aux Ulysses, aux Pénélopes,
aux Caïns et Abels et aux Christs
en quête de voyages, de métiers à tisser,
                   de guerres fratricides
et de croix où accrocher l'âme pour la saigner à mort,
              à chacun d’entre eux
qui encombrent ton enceinte vermillon,
je donnerai une voile, une aiguille à tricoter,
un poignard et un verbe
pour qu’ils aillent frayer leurs échafaudages
                        dans les eaux de ta maison.

Souvenirs d’enfance


Maman:
je te vois encore passer dans le ciel
chevauchant ton balai,
ta longue chevelure d’argent
comme la queue d'une comète
        filant en trombe entre les nuages.

Et voilà le mari
avec ses cheveux bouclés
             et sa barbe noire,
qui parfois, certes, lui aussi,
        me regarde
comme toi-même tu me regardais.




Ta peau


               Ta peau une terre brûlée d’un horizon à l’autre.     
               Et sur les draps alors lumineux, devenus désormais linceuls, le fleuve en crue ayant servi de sillon pour le semis de tes mains.
               Ta peau coupée en lamelles par le rasoir du temps.
               L’heure répandue par le goulot de la clepsydre, cette si petite heure d’un calendrier véloce où toi et moi avons fait naufrage à bord de l’arche s’étant formée sous nos deux corps, avec ses animaux de terre ferme et tout.
               Le lit a disparu, effacé par la lumière, et nous sommes partis à la dérive, perdus dans ce premier océan de Dieu, versé bleu avec ses vagues et le sel et tout, dans le branchage de nos veines.
               Vif-argent d’une mer évaporée en une seule nuit, et les oiseaux à bord, les lions et les insectes, stridulations et rugissements, battements d’ailes dans la cage thoracique ouverte de nos corps.
               La lune, accrochée au plafond, pendait au bout de son fil, étrennant son premier quartier sur la voûte céleste de la chambre, perle noire oscillant sur un ciel de soie blanche.
               Et ta peau, ta peau huit heures durant, tissée sur la mienne par la tisserande inlassable des minutes, en ce rouet né d’une chrysalide filant la laine de tes mains sur le galbe de ma cuisse.

Bourdonnements et croassements au moment de l'échange


Insectes qui volent en bourdonnant de ton corps au mien. Vent qui croasse à l’orée du champ d’asphodèles qui nous sert de lit.

Des yeux de porcelaine incrustés dans les arbres nous voient échanger des antiquités à la lumière d'un clair de lune plus brillant que celui de la veille.

Le troc suit son cours: nos squelettes deviennent chauds, incandescents, ils resplendissent à blanc comme aux forges des fers à cheval chauffés à blanc.

Le soleil, compact dans son corsage de lumière, obéira à son horaire en faisant tomber la lune à l'aube, mais entre-temps, où battait donc cette chose, si hors de sa place habituelle? Je la vois sursauter,  effrayée dans cette partie du corps où normalement on cultive des pierres ornementales en les arrosant d'eaux miraculeuses.

Les battements continuent de plus belle, ils résonneront jusqu'aux matines; peut-être les dernières heures de pénombre passeront-elles à travers le chas de l'aiguille qui nous reprise un sur l’autre, et nous donneront-elles un tremble, un lapis-lazuli en cadeau, une fontaine improvisée où y laver nos cheveux.

On y est presque: nos visages, éclairés de l'intérieur par le lattis des os en ébullition, tomberont bientôt sur nos genoux, mais le jour ne se lève pas encore, et aucune tempête, aussi violente soit-elle, ne pourrait les arracher maintenant.


Armistice


Je suis debout, les mains vides, et le poignard, la lame, le fouet, le maillet, le couteau sont éparpillés sur le sol à mes pieds. Tiges de blé avant que n’arrive la glaneuse.

L'ange —aile pâles d’albatros noir— n’a pas l’air de quelqu’un qui est armés d’armes blanches dans ses poches. Il n’a pas un regard de tueur. Mais il se penche avec une telle élégance (mon Dieu, le tableau d’un Madonne de Botticelli Madonna aux yeux vénusiens) que je pense tout de suite: il va aller cueillir des fleurs, une douzaine de chrysanthèmes pousseront instantanément sur les dalles en céramique, et lui, par clairvoyance, il anticipe la floraison miraculeuse.

Mais non : comme dans tour de passe-passe, la paume ouverte sur les objets de violence, fait avec eux un bouquet, comme un paquet d’asperges ou de marguerites, un fagot de bois.

D’où je suis, je le vois les jeter dans les eaux du lac, comme qui, après avoir commis un crime, effacerait les empreintes digitales ou les traces de poudre à canon sur la poignée d'un pistolet. Je m’aperçois qu’il me les tend avec douceur et je fais un pas en arrière.
Amour, brouillard, tant de choses en suspension. Lui, il ne bronche pas.
Une moelle de lumière lui fait une coupure sur la joue droite.
           
           







Un cuento de mi libro "De icor y granito"



DULCES

El departamento donde vivía el muchacho, un total desconocido, estaba en un edificio aledaño, dentro del complejo habitacional donde vivían las dos niñas. Caramelos: lugar común, recurso de película trillada. Pero era el único ardid que conocía el muchacho.
            Las dos niñas lo siguieron obedientes. Habían aprendido muy temprano el valor de la obediencia. El muchacho introduce la llave en el hueco de la cerradura, la puerta se abre. No necesita a dos niñas. Con una basta, y de las dos (otra vez no brilla por su originalidad) escoge a la mayor, la rubia de ojos azules. Azules parpadean bajo la pradera nevada que cae sobre hombros diminutos en forma de cabello fino, muy lacio, más lacio que el de su hermana. La otra niña, una brunette que es todo ojo, no está a la altura de su fantasía. No es que no sea bonita: las dos niñas son monas, limpias, bien vestidas: se ve que la madre es responsable. Pero si el diablo lo ha de llevar, que lo lleve en Cadillac.
            El muchacho voltea hacia la niña menor, la brunette cuyos ojos parecen dos faros negros custodiando un rostro blanco, y le entrega los dulces. Puedes irte, le dice: ambos —la niña y el muchacho— han conseguido su botín. La hermana, explica el joven, se quedará con él un poco más. Así fue que la menor regresó a casa y le contó lo sucedido a la madre, mientras abría la manita para enseñarle los caramelos. La madre la increpa. ¿Dónde? ¿En qué departamento? ¡Acuérdate qué puerta era! ¡Dios mío, hay que hablarle a la policía! La niña de seis años no entiende qué tiene que ver la policía con un puñado de dulces entregados con sonrisa benévola. Pero tiene buena memoria, y encuentra el camino a casa del muchacho entre todos los pasillos que constelan el unidad habitacional. La madre toca como posesa la puerta señalada al mismo tiempo que le ordena a la chiquita correr de regreso al departamento y encerrarse sin abrirle a nadie hasta que llegue el padre. 
            La niña rubia está en la sala con el muchacho. La madre irrumpe en el departamento (en su precipitación el muchacho ha olvidado cerrar la puerta con llave) y se abalanza sobre su hija, vestida aún. La toma suavemente del brazo y empieza a interrogarla, mientras mantiene al joven a rayas. “¿Qué te hizo, hija? ¡Habla por favor!” “Nada, mamá. No me hizo nada. Sólo me enseñó cosas”. “¿Qué cosas? ¡Dime por el amor de Dios!” “No me hizo nada, mami, sólo me enseñó cosas…” “¿Qué cosas?” “Sólo se bajó los pantalones, mami.” “¿No te tocó?” “No, sólo se bajó los pantalones. Yo sólo miraba los caramelos”. “¿Segura?” “Sí mamá, está loco, sólo se bajo los pantalones”.
            En la noche la otra niña, la que delató al secuestrador en ciernes, escucha sin entender bien a bien por qué tanto alboroto en casa. Se acuerda todavía del sabor de los dulces. Se siente decepcionada de no haber sido elegida. Se siente fea, y jamás antes había deseado con tanto ahínco ser una rubia de ojos azules como su hermana mayor. Durante días, los padres discuten acaloradamente. “¡Tienes que denunciarlo!”, clama el padre. La madre, ante las objeciones del padre, sacude la cabeza. Defiende al agresor: el muchacho es un rechazado, viene de casas hogares, es uno de los suyos. Ella sabe lo que es llorar a solas en la cama de un orfanato, a los cuatro años, y que nadie acuda. No va a hacer que encarcelen a un crío. La sociedad no enjaretará antecedentes penales a quien ya pagó su deuda en lágrimas a lo que los griegos llamaban las Moiras. Por muy infractor que sea, el joven ya saldó su adeudo en el banco invisible de los acreedores cósmicos. No ha tocado a su hija. Por muy madre que sea, no lo denunciará. “Siento que con haber amonestado al muchacho (No lo vuelvas a hacer nunca, ¿me oyes?), basta. Estoy segura de que mi advertencia surtió efecto, que el muchacho recapacitó”. El Ángel de la Misericordia se antepone al Ángel Exterminador; le bloquea el camino extendiendo el brazo o desplegando el ala en forma de escudo. Una mejilla golpeada, la otra intacta.
El padre protesta vehementemente: la hija menor lo oye decir atrás de la puerta que no está de acuerdo con el veredicto de inocencia. “¿Y si vuelve a hacerlo? ¿Si la siguiente vez va más lejos? Esto no es la novela de Tournier, El rey de los alisos, donde un pedófilo en potencia se rodea de niños, pero no les hace nada”, alega el padre, que es profesor de Literatura. “Yo no conozco esa novela”, contesta su esposa, “pero te digo que la cosa no va a pasar a mayores. El chico ya aprendió su lección”. “¿Y si llega a matar a una criatura? ¡Tienes la obligación de denunciarlo! No te puedes mirar en el lago bruñido que es la vida de un muchacho infeliz, aficionado a las niñas chiquitas, y no decir nada, por Dios, mujer! Yo mismo voy a ir a la policía”. “No sabes dónde está el departamento”, respiga la señora, “y no metas más a tus hijas en eso. Tal vez el muchacho sólo quería un testigo, imparcial por ser tan joven, de su virilidad,”. “¿Testigo una niña de siete años? ¡Pero estás loca de remate! (o “testiga”, qué misóginas las lenguas latinas, piensa la madre, que sólo quien es portador de testículos pude dar un testimonio fidedigno). “¿Quién sabe qué iría a hacerle a María si no llegabas tú!” “¡Sí, testigo, querido, sólo quería eso el muchacho; no iba a violar a nadie!” “¡Esto no se va a quedar así, mujer! Te inclinas en la superficie calma del agua que es la vida de un muchacho poco favorecido por el destino, y sólo ves tu propio rostro. No ves a niñas asesinadas por un pervertido que gracias a tu silencio va a eludir la cárcel preventiva. ¡No piensas en los dulces listos para ser repartidos a otras criaturas incautas por ese puerco, y no me importa que sólo tenga 16 años!!
            La hija menor se durmió al compás de la discusión inexplicable que se había desatado entre los padres. No entiende las palabras “testigo”, “incautas”, “violadas”, “cárcel preventiva”. Sólo sabe lo feo que se siente, a los cinco años, no haber sido elegida como la más bonita.

Seís poemas



Horario


Pon la hora correcta;
mueve soles y manecillas
al compás de la traslación.

(“... Arreglen el reloj. Un reloj que no camina causa
mala impresión. Uno piensa: Aquí todo marcha mal.”)

Si “el objeto es el reposo de la potencia que lo desea”,
esa máquina de atrapar el tiempo
                                  saturninamente precisa
                      soy yo dentro de ti.


Rutilo

Rutilo: punto de fusión 2.378,2 K. Soy hermana de leche de Gregorio Samsa: como él, no sé en qué tribunal me condenaste, qué cargos fueron retenidos en mi contra. Y en ebullición, nuestros corazones en la caldera de la madrastra se descomponen para formar sesquióxido de titanio. Me gusta la palabra: sesquióxido, sesquicuadratura. Tú, papá, que fuiste químico, sabes que el rutilo sirve de base azul para colorantes  automotrices y vuelve amarilla la joyería artificial. Rutilo amarillo tímido, como un sol que brillara hacia adentro. Sabes que con su red cristalina tetragonal distorsionada, el rutilo exhibe un módulo de tensión de 4,1 TPa/cm2 (y nuestros propios módulos de tensión, Dios santo, ¿quién los veía?), dureza que lo hace útil para los cortadores de vidrio (la madrastra es buena cortadora, corte que corte, nada de mies, ni siembras al volateo). En 1951 (me faltaban ocho años para nacer) el rutilo se utilizó como sustituto del diamante (¿me das un diamante, aunque sea de mentira?) y ahora para gemas de fantasía. Gemas (de gema, fui a fruto; de fruto a pupa; de larva a semilla de algo que ni tú, ni yo, sabemos para qué sirve, qué criatura saldrá de ahí hirsuta o espinosa). Sea yo, entonces, como el rutilo que resiste al ataque químico (sólo pueden dañarlo el ácido fluorhídrico y el sulfúrico, concentrado y en caliente). De esos ácidos, papá, has recolectado hartos en tu cama en los últimos años, los del amanecer-ocaso, y ni el agua regia te podría disolver. Aguas regias sean nuestro medio de nado, nuestro elemento (“regia”, de “reyes”, de nuestro apellido, Roy, que casi ha dejado de ser mío). Pero el papiro del título de nobleza se va desdibujando con los siglos de convivencia. Y el rutilo, acuérdate, padre, es insoluble en agua.


Dulces recuerdos de infancia


Mamá:
te veo pasar aún por el cielo
            montando tu escoba,
tus largos cabellos de plata
como la cola de un cometa
entre las nubes.

He aquí el esposo,
con su pelo ensortijado y su barba negra,
que de pronto, sí,
                        me mira
                                    como tú mirabas.


La pupila cosida con sedal

La pupila cosida con sedal
y las imágenes que se enganchan
en el corchete del iris
como peces que mordieron el anzuelo.

Un espejismo en el espejo, casi.



Tintero de vitriol


Una carta. El veneno que embebe las letras.
Buitres dando vueltas encima del escritorio
como papirolas. Tintero de arsénico
donde remoja la punta en bisel de una pluma 
que perdió un ganso (¿o sería un cisne,
como en el mito de Leda) dos siglos atrás,
antes del bolígrafo: dos siglos de odio
con las palabras bañando en su propio ectoplasma.
Un ganso desplumado, y una carta de insultos:
triste noche de aluviones, baile nupcial de adjetivos
(ah, las hermosas libélulas de las letras)
para los que el diccionario de hoy se queda corto.




Camisa de fuerza

Me sostenían contra la pared 
con una camisa de fuerza
                 hecha de terciopelo,
enguantados los tres en terciopelo,
enfermeros improvisados. 
Los tres veían en la vestimenta de sus manos,
en el velmez que me cubría el pecho, terciopelo. 
Yo no: en lugar de terciopelo, sayal. O cartón. 
O cáscara de chayote.
Para las princesas de los cuentos es el terciopelo,
no para las niñas huérfanas.

De huérfana, yo pasé a apátrida: 
retruécanos del azar, 
desliz mío por algún hueco mal custodiado. 

Pegada yo todavía a la pared, 
los tres aún intentan ponerme la mordaza. 
Bonito lío, esa operación de amordazar a un mudo, 
mudos callando a una muda.
Pero la mordaza pasó de freno a listón translúcido, 
de cerrojo bucal colado en hierro a guirnalda invisible. 
Ellos no advirtieron la metamorfosis de la mordaza,
que veleidosa iba cambiando de aspecto
según el ángulo de la luz.
Y al rato cayó la mordaza, 
como la escama de un reptil que muda de piel.
Ellos la recogieron espantados y me la volvieron a poner.
Papá jamás fue hábil para colocar mordazas, 
otros eran sus dones. Hoy escribo.
 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Del plumero al bisturí: Manuel Días Martínez



Del plumero al bisturí: Manuel Díaz Martínez

por Françoise Roy

Una personalidad es una nutrida reunión de
oradores y de grupos de presión, de niños,
demagogos, Maquivelos...Césares y Cristos...
Henry A. Murray
Los personajes de Manuel Díaz Martínez (son héroes enmascarados: enarbolan un papel a menudo opuesto al que la tradición les asigna. Así, Dios es ignorante, y para colmo, fue creado por el Hombre (menuda tarea si hay una). Pocos se salvan de ese revoltijo de identidades: el filósofo, que debe llevar en alto la tea de la sabiduría, es liendre; el poeta, máximo representante de los mundos invisibles, no es sino un mitómano que miente como respira. Tampoco escapan los objetos, tan inanimados, a esa deliciosa tergiversación de papeles; un plumero sirve para azotar, el mármol —símbolo por excelencia de lo inmutable—se torna “reposado” (pienso en una tequila, un brebaje que dejó asentarse en el fondo las sustancias, la pez que lo componen).
Las formas tampoco se salvan de ese juego de espejos que cautivará al lector. A veces, la rima, de la que los poetas contemporáneos rehuyen como de la peste bubónica, es justamente el recurso predilecto de Díaz Martínez. O bien, el poema —revestido como debería serlo de la solemnidad del lenguaje metafórico— es rayano con el sonsonete o la copla, canción de cuna casi. En el cuerpo de sus estrofas, las personas gramaticales también padecen, no, ofrecen más bien como una dádiva, trastornos de identidad: la segunda persona, que encabeza muchos de los textos, de pronto deviene primera y tercera, de tal suerte que los poemas se antojan como un largo monólogo o diálogo del autor —con ese tiovivo de personas que cumplen con los papeles de otros, uno ya no sabe cuántas son uno mismo—. Vibrante himno a los dioses tutelares: la muerte (que sí conoce a uno), el padre (que ahora se reduce a cenizas), la madre (a quien se le escribe desgarradamente: “Te sigo escribiendo y tus cartas no regresan./¿Querrá esto decir que están dando en el blanco?/ Ninguna me han devuelto con el cuño/ Fallecida/O Cambio de domicilio”), los antiguos enemigos a los que el autor ya da permiso de perdonarle pues “a nadie lapida ya, a todos abraza”. ¿Una confesión que trae escondida dentro el puñal?
Parte de su obra se antoja una plegaria que empieza bien, solemne, y de pronto, bajo la pluma agridulce (y que peca de lúcida) de Díaz Martínez, se enturbia para acabar siendo irreverente, una hábil refutación que interpela a medio mundo, desde Yuan Pei Fu hasta Bécquer. Nadie queda incólume. En ese papel de renegado, este gran poeta cubano le rebata a Quevedo sus ahora epígrafes (¿mediante qué extraña alquimia los versos se vuelven epígrafes?) según los cuales la muerte sólo es para uno: “No estoy de acuerdo, don Francisco:/no sólo muere uno para uno:/para muchos, o para todo,/morimos.”
En una poesía de factura tan exquisitamente coloquial, alejada de los preciosismos de los que, sospechamos, se burla él a carcajadas, no podía estar ausente el humor, la sal terrea de la poesía. No he contado las 8760 horas del año 1995, pero Manuel Díaz Martínez sí. Contaduría implacable, a la par del preciso escalpelo de ideas que él pasea peligrosamente sobre el intelecto y la sensibilidad del lector, arriesgando cortarlo en cada página leída. Su poemario Paso a nivel, por ejemplo, es ambrosía que, imperceptiblemente, envenena; belleza tan deslumbrante que deja a uno ligeramente ciego. Y como dice el protagonista de Disgrace, la novela de J.M. Coetzee: “[…] en mi experiencia la Poesía te habla a primera vista o no te habla para nada. Un fucilazo de revelación y un fucilazo de respuesta. Como el relámpago. Como enamorarse. No cabe duda que Manuel Díaz Martínez, en lo que a sus lectores se refiere,  ha entendido eso desde hace mucho.