López
Dóriga y la campaña de desinformación, una pandemia que
iguala la del coronavirus
Un periodista, según lo entiendo,
tiene un código de ética que le exige verificar la veracidad de lo que publica.
Eso es cierto aun en la era de la mentira y de las noticias truqueadas para
satisfacer intereses partidistas. Los periodistas tienen un compromiso moral
con la verdad, y la verdad tiene que ver con los hechos, no con las opiniones.
Las posturas ideológicas siempre son debatibles, al contrario de los hechos
duros. Un video es auténtico o es un montaje, cuando no, producto de origen
falaz, tal y como lo evidencian las fotos o los videos editados para ser
atribuidos a otras fuentes o para sacar algo fuera de contexto. Una foto es
auténtica o está manipulada mediante un proceso de montaje; no hay nada en
medio, una foto o reproduce fielmente una imagen o está modificada para
aparentar otra cosa. Una declaración textual fue hecha o no lo fue, y si lo fue
y se tuerce para darle otro significado, es que tiene detrás a una persona de
mala fe que la puede manipular para sacarla de contexto o citarla sólo
parcialmente.
Lo que cuestiono aquí es la falta de
moralidad de quien difunde mentiras, es decir, información que no es verídica,
en el peor de los casos, o verificable, en el mejor de los casos. Hablo de
principios morales, y no tiene nada que ver con la opinión subjetiva que pueda
tener uno sobre un personaje o un acontecimiento. Lo que se discute en una
reunión interna de gabinete (que en un gobierno democrático está sujeto a
discrepancias de opiniones) pertenece al ámbito privado. Es en rigor información
clasificada, y no debe ser difundido como información pública hasta que el
propio gobierno lo autorice. Un periodista que viole eso falla al código de
ética de su profesión. Y más aun, si, para rematar el asunto, ubica
erróneamente la fecha y el lugar en que se hicieron esas declaraciones.
Traigo esto a colación por un video
que causó escándalo en los medios mexicanos en agosto 2020. Desgraciadamente,
es uno de miles que circulan en la gran campaña de desinformación orquestada
por toda clase de conspiracionistas, opositores al gobierno de López Obrador o
arribistas de toda índole que quieren promover una idea y pululan en las redes
sociales y en los medios. El video del que hablo aquí es una grabación
protagonizada por el titular de la Semarnat, el doctor Victor Manuel Toledo. En
una reunión de gabinete privada, éste emitió opiniones críticas hacia las
políticas gubernamentales. El video, sin embargo, se presenta como noticia de
última hora mientras que en realidad fue filmado varios meses antes de su
filtración a los medios. López Dóriga y varios colegas suyos en el gremio
informativo afirmaron que dicho video ilustra declaraciones hechas en público,
y para colmo, en el marco de un foro internacional, cosa que es totalmente
falsa (lo tengo de fuentes muy cercanas). Unos periódicos publicaron, en la
estela del escándalo así generado, que el funcionario aludido estaba fuera del
gabinete, otra noticia falsa al momento de ser publicada.
No estoy hablando aquí de opiniones
acerca de la presidencia, ya que en opiniones (si excluimos la incidencia a la
violencia, por ejemplo) todo se vale y todo se puede argumentar; estoy hablando
de un video editado, aparentemente de manera deliberada, para hacer creer otra
cosa. Además de implicar un montaje, el audio salió ilegalmente de una reunión
del gabinete llevada a cabo a puertas cerradas. Por supuesto que su circulación
pública hizo el agosto de la derecha y de quienes están opuestos a las posturas
del funcionario o a las políticas de la 4-T. ¿Esto es periodismo serio? ¿No
verificar fuentes, ni siquiera preocuparse de que la información que uno da es
veraz? ¿En qué momento adquirieron tanto poder los chayoteros y mercenarios que
publican cualquier mentira porque los contrató un mejor postor para diseminar
información tendenciosa o descaradamente falaz? Es una vergüenza que mancha por
igual todo el gremio periodístico.
Aquí me curo en salud aclarando que
no hablo de estar o no de acuerdo con lo que declare un alto funcionario. El
disentir y el usar la crítica constructiva son fundamentos del espíritu
democrático, pero pertenecen estrictamente al campo de las opiniones. De ahí
que los debates no sólo se valen, sino que son sanos en una democracia. Sin
embargo, con el video aludido (que se filtró ilegalmente y con una fecha
insinuada que es simplemente falsa), me pregunto dónde quedó la obligación de
relatar hechos veraces, que se supone es la misión primera del periodismo.
Obviamente, siempre habrá gente que
se vende al mejor proxeneta y desconoce el significado de un principio rector
que se llama "ética profesional". Joaquín López Dóriga no es ningún
novato en el gremio periodístico; es un comunicador con mucha audiencia y mucho
poder. De ahí que sea más grave su falta profesional que la de los miles de
usuarios de redes sociales que difunden diario mentira tras mentira: teorías
descabelladas sin ningún fundamento comprobable (como eso de que el coronavirus
no existe y es un experimento de Bill Gates y compañía), documentos,
declaraciones o acontecimientos inventados. O para usar otro ejemplo, citaré un
acta de nacimiento del supuesto abuelo de la primera dama que sería,
presuntamente, un criminal de guerra nazi (como si uno, para empezar, fuera
culpable de los pecados cometidos por sus abuelos, toda vez que el abuelo que
aparece en el acta aludida, reproducida ad
vitam eternam por los AMLOhaters, ni siquiera es su abuelo). Los ejemplos
de mentiras viralizadas son infinitos y constituyen una verdadera pandemia que
no habla nada bien del estado de nuestra sociedad incrédula, ignorante,
desconfiada, dada a los insultos y las amenazas al mismo tiempo que se enarbola
un concepto desvirtuado de la libertad de expresión.
En nuestros días, un periodista
influyente como López Dóriga puede cometer una pifia de ese tamaño (filtrar
ilegalmente un video privado declarando que refleja sucesos que tuvieron lugar
en un marco internacional) y quedar completamente impune. No opinaré aquí sobre
el solo fin de semejante falta profesional, que supongo es el de dañar la
imagen del gobierno actual al ilustrar que hay controversia en su seno. Opinaré
más bien sobre el culto de la mentira, recurso que se ha vuelto viral. Ahora,
hasta los periodistas pueden utilizarla a su antojo para torcer la verdad.
Evadir o violar la responsabilidad cívica que tiene hacia la verdad todos los
ciudadanos, sin importar su rango, es aun más reprobable cuando viene de un
comunicador influyente.
Es patético ver hasta qué grado se
ha degradado la loable profesión del periodismo. Da pena presenciar a diario el
actuar de quienes la han dañado y desacreditado a favor de intereses
partidarios y muchas veces gangsteriles. Quienes no tienen remilgos en difundir
documentos espurios o fotos truqueadas (como la de Evo Morales flanqueado del
Chapo Guzmán y de Pablo Escobar) ni siquiera tienen la entereza de desmentir la
información falsa que propagaron, una vez que se descubre que se trataba de
información errónea. Veo cada día menos fe de erratas publicada en los medios,
como se solía ver antes cuando un reportero se equivocaba al dar una noticia.
No dudo que el recurso a la mentira (que facilitan hoy día las tecnologías del photoshop, de la edición digital, del Facebook, whatsapp y compañía) sólo empeorará con el tiempo. Al rato, elogiaremos como héroes nacionales a los mentirosos y farsantes en vez de repudiarlos; al cabo, "el fin justifica los medios", ¿no es así? Derrocar, de menos moralmente, un gobierno democráticamente elegido parece justificar el uso de mentiras, como si los argumentos racionales, basados en hechos comprobados, no bastarán para una crítica fundamentada, justa y racional. Algunas de las mentiras que veo circular libremente en aras de la sacrosanta "libertad de expresión" son tan inverosímiles que es increíble que miles de usuarios caigan en la trampa. Como caldo de cultivo, la mentira, el embuste, las falsificaciones, el engaño y la falacia tienen una población muy crédula, poco informada, poco crítica, y para colmo, dada a la paranoia. Un estudio reciente, cuya referencia exacta no tengo, encontró que la mayoría de los mexicanos no saben distinguir un hecho de una opinión. Me temo que sea lo mismo en otro lado y que haya generación espontánea de falsificaciones, patrañas y calumnias a escala mundial.